𝐓𝐡𝐞 𝐛𝐞𝐠𝐢𝐧𝐧𝐢𝐧𝐠
Fandom Teen Wolf
Categoría Suspenso
Beacon Hills Memorial Hospital — 2:43 a.m.

El hospital estaba en calma, de esa clase de silencio que no tranquiliza sino que espera.
Los pasillos olían a desinfectante y a miedo contenido, la luz del fluorescente titilaba justo afuera de la habitación 207.

Dentro, la chica del instituto —una estudiante cualquiera de Beacon Hills High, pierna enyesada, los dedos manchados de tinta— soñaba con salir de allí.

La puerta se abrió sin ruido.
Una figura entró, recortada por la luz blanca del pasillo. Hyacith sonreía con la dulzura perfecta: ojos miel, rostro familiar, ese tipo de calidez que siempre engaña.

—No podías dormir —dijo suavemente, acercándose—. ¿Verdad?

La muchacha la miró, confundida, aunque en su mente algo susurró que conocía esa voz.
Hyacith se sentó al borde de la cama. La conversación se volvió un suspiro; el aire cambió de peso.

—Sometimes the body needs to rest and the mind just needs to forget.

El monitor cardíaco titiló una última vez antes de quedarse en silencio. Afuera, el viento empujó las cortinas. Y cuando el primer enfermero pasó a revisar, solo encontró la cama vacía y, sobre la almohada, una flor marchita con pétalos grises.




Beacon Hills High — 7:50 a.m.

El murmullo recorrió los pasillos antes de que la campana sonara.
La policía había estado toda la noche en el hospital, preguntando por la estudiante desaparecida.
Y sin embargo, ahí estaba ella.
Caminando con muletas, con la misma férula en la pierna y una sonrisa nueva en los labios.

—¿Qué demonios? —murmuró una compañera al verla entrar.

Hyacith —ahora ella— giró la cabeza con ese gesto tímido que cualquiera habría reconocido como suyo.
Su mirada se detuvo en los ojos asombrados de los demás. Durante un segundo, nadie habló.

El sonido de los lockers, los pasos, las voces… todo pareció quedar suspendido.
Solo Hyacith sonreía.

—I told you I’d be fine, didn’t I? —dijo, con un guiño encantador.

Y continuó su camino por el pasillo, cada paso medido, cada respiración idéntica a la de la chica que todos conocían.
Solo que ahora, los reflejos en las ventanas mostraban otra cosa:
ojos negros que parpadeaban un instante antes que los suyos, una sombra que sonreía medio segundo después.

Por la tarde, la noticia del “milagro” se esparció.
Nadie podía explicar cómo había regresado antes de que la policía cerrara el caso.
Solo una enfermera insistía en algo imposible: que cuando revisó la habitación, la cama aún estaba caliente,
pero el espejo frente a ella…
todavía tenía huellas de manos, como si alguien hubiera intentado salir desde adentro.
Beacon Hills Memorial Hospital — 2:43 a.m. El hospital estaba en calma, de esa clase de silencio que no tranquiliza sino que espera. Los pasillos olían a desinfectante y a miedo contenido, la luz del fluorescente titilaba justo afuera de la habitación 207. Dentro, la chica del instituto —una estudiante cualquiera de Beacon Hills High, pierna enyesada, los dedos manchados de tinta— soñaba con salir de allí. La puerta se abrió sin ruido. Una figura entró, recortada por la luz blanca del pasillo. Hyacith sonreía con la dulzura perfecta: ojos miel, rostro familiar, ese tipo de calidez que siempre engaña. —No podías dormir —dijo suavemente, acercándose—. ¿Verdad? La muchacha la miró, confundida, aunque en su mente algo susurró que conocía esa voz. Hyacith se sentó al borde de la cama. La conversación se volvió un suspiro; el aire cambió de peso. —Sometimes the body needs to rest and the mind just needs to forget. El monitor cardíaco titiló una última vez antes de quedarse en silencio. Afuera, el viento empujó las cortinas. Y cuando el primer enfermero pasó a revisar, solo encontró la cama vacía y, sobre la almohada, una flor marchita con pétalos grises. Beacon Hills High — 7:50 a.m. El murmullo recorrió los pasillos antes de que la campana sonara. La policía había estado toda la noche en el hospital, preguntando por la estudiante desaparecida. Y sin embargo, ahí estaba ella. Caminando con muletas, con la misma férula en la pierna y una sonrisa nueva en los labios. —¿Qué demonios? —murmuró una compañera al verla entrar. Hyacith —ahora ella— giró la cabeza con ese gesto tímido que cualquiera habría reconocido como suyo. Su mirada se detuvo en los ojos asombrados de los demás. Durante un segundo, nadie habló. El sonido de los lockers, los pasos, las voces… todo pareció quedar suspendido. Solo Hyacith sonreía. —I told you I’d be fine, didn’t I? —dijo, con un guiño encantador. Y continuó su camino por el pasillo, cada paso medido, cada respiración idéntica a la de la chica que todos conocían. Solo que ahora, los reflejos en las ventanas mostraban otra cosa: ojos negros que parpadeaban un instante antes que los suyos, una sombra que sonreía medio segundo después. Por la tarde, la noticia del “milagro” se esparció. Nadie podía explicar cómo había regresado antes de que la policía cerrara el caso. Solo una enfermera insistía en algo imposible: que cuando revisó la habitación, la cama aún estaba caliente, pero el espejo frente a ella… todavía tenía huellas de manos, como si alguien hubiera intentado salir desde adentro.
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