Desde mi azotea —si es que puedo llamar así a este borde entre mundos donde me siento— los veo caminar.
Sus pasos son lentos, pesados, como si cada uno arrastrara cadenas invisibles. No son de hierro ni de destino, son de algo más denso: de sentimientos.

Entre ellos se repite uno que me intriga, uno que no comprendo aunque lo he visto teñir el hilo de tantas vidas:
ese hueco en el pecho que les susurra que no son amados.
Es curioso… no es la muerte lo que los detiene, no es el final del hilo lo que les pesa, sino esa certeza —o ilusión— de que no bastan, de que son menos para aquellos a quienes dan su corazón.

Los he visto temblar en la lluvia, buscando señales en los ojos ajenos, mendigando una palabra que los confirme. Y a veces —he podido verlo— la otra alma sí los ama, sí los piensa, sí los guarda en su sombra. Pero el vacío es más ruidoso que el amor, y ellos escuchan al vacío.

Yo no entiendo por qué. Yo corto, yo mido, yo anoto. No dudo del hilo ni de su destino. Pero ellos… ellos dudan de su propio valor.
Y en esa duda se marchitan antes de que yo llegue.

Desde aquí arriba los veo caminar, tan pequeños, tan llenos de algo que nunca sabré sentir. Y me pregunto si ese dolor —ese que llaman no ser suficiente— es su forma más humana de morir un poco antes de que yo pase mis tijeras.
Desde mi azotea —si es que puedo llamar así a este borde entre mundos donde me siento— los veo caminar. Sus pasos son lentos, pesados, como si cada uno arrastrara cadenas invisibles. No son de hierro ni de destino, son de algo más denso: de sentimientos. Entre ellos se repite uno que me intriga, uno que no comprendo aunque lo he visto teñir el hilo de tantas vidas: ese hueco en el pecho que les susurra que no son amados. Es curioso… no es la muerte lo que los detiene, no es el final del hilo lo que les pesa, sino esa certeza —o ilusión— de que no bastan, de que son menos para aquellos a quienes dan su corazón. Los he visto temblar en la lluvia, buscando señales en los ojos ajenos, mendigando una palabra que los confirme. Y a veces —he podido verlo— la otra alma sí los ama, sí los piensa, sí los guarda en su sombra. Pero el vacío es más ruidoso que el amor, y ellos escuchan al vacío. Yo no entiendo por qué. Yo corto, yo mido, yo anoto. No dudo del hilo ni de su destino. Pero ellos… ellos dudan de su propio valor. Y en esa duda se marchitan antes de que yo llegue. Desde aquí arriba los veo caminar, tan pequeños, tan llenos de algo que nunca sabré sentir. Y me pregunto si ese dolor —ese que llaman no ser suficiente— es su forma más humana de morir un poco antes de que yo pase mis tijeras.
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