Pesadilla de Eliana: La Devoradora
Eliana despertó en un campo vacío. El suelo estaba cubierto de carne palpitante, respirando como si fuese un organismo vivo. El aire olía a hierro, a podredumbre, y cada paso que daba dejaba huellas sangrientas.
Un murmullo se filtró en su cabeza, como una canción rota:
—Tú creaste esto… tú lo alimentaste.
Entonces lo vio: una figura sentada, idéntica a ella, con los ojos encendidos en un rojo ardiente. Detrás, un monstruo imposible, con una boca gigantesca que se abría hasta el infinito, colmillos como lanzas y tentáculos cubiertos de sangre. La versión oscura de sí misma sonrió, llevándose la mano a los labios con elegancia.
—Diosa de la vida… ¿eso te dijeron? —rió suavemente, casi con dulzura—. ¿Y qué haces con la vida cuando la tocas? La corrompes, la mutilas, la conviertes en esto.
El monstruo detrás rugió, y cada rugido arrancaba voces familiares: el llanto de su madre, la furia de su padre, la voz de Sain escupiéndole odio.
Eliana cayó de rodillas, llevándose las manos a los oídos.
—¡No! ¡Yo no soy eso, yo… yo quiero ayudar!
Pero la otra ella se levantó, con paso lento, los ojos ardiendo como brasas. Su sonrisa se abrió más allá de lo humano, y su boca se desgarró en un abismo de colmillos afilados.
—Quieres salvar… pero lo único que haces es devorar.
De repente, Eliana sintió hambre. Un hambre brutal que la consumía desde dentro. Miró sus manos y vio que no eran suyas: largas, retorcidas, con garras negras. Su reflejo la tomó del rostro y la obligó a mirar al monstruo detrás.
—Ese soy yo… pero también eres tú.
El ser gigantesco se inclinó, y antes de que pudiera resistirse, abrió sus fauces. Eliana fue arrastrada hacia la oscuridad de esa boca infinita, escuchando su propia voz gritar desde adentro, como si ya hubiese sido devorada una y mil veces.
Lo último que vio fueron sus propios ojos rojos, reflejándose en la bestia, antes de desaparecer en la nada.
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Eliana despertó en un campo vacío. El suelo estaba cubierto de carne palpitante, respirando como si fuese un organismo vivo. El aire olía a hierro, a podredumbre, y cada paso que daba dejaba huellas sangrientas.
Un murmullo se filtró en su cabeza, como una canción rota:
—Tú creaste esto… tú lo alimentaste.
Entonces lo vio: una figura sentada, idéntica a ella, con los ojos encendidos en un rojo ardiente. Detrás, un monstruo imposible, con una boca gigantesca que se abría hasta el infinito, colmillos como lanzas y tentáculos cubiertos de sangre. La versión oscura de sí misma sonrió, llevándose la mano a los labios con elegancia.
—Diosa de la vida… ¿eso te dijeron? —rió suavemente, casi con dulzura—. ¿Y qué haces con la vida cuando la tocas? La corrompes, la mutilas, la conviertes en esto.
El monstruo detrás rugió, y cada rugido arrancaba voces familiares: el llanto de su madre, la furia de su padre, la voz de Sain escupiéndole odio.
Eliana cayó de rodillas, llevándose las manos a los oídos.
—¡No! ¡Yo no soy eso, yo… yo quiero ayudar!
Pero la otra ella se levantó, con paso lento, los ojos ardiendo como brasas. Su sonrisa se abrió más allá de lo humano, y su boca se desgarró en un abismo de colmillos afilados.
—Quieres salvar… pero lo único que haces es devorar.
De repente, Eliana sintió hambre. Un hambre brutal que la consumía desde dentro. Miró sus manos y vio que no eran suyas: largas, retorcidas, con garras negras. Su reflejo la tomó del rostro y la obligó a mirar al monstruo detrás.
—Ese soy yo… pero también eres tú.
El ser gigantesco se inclinó, y antes de que pudiera resistirse, abrió sus fauces. Eliana fue arrastrada hacia la oscuridad de esa boca infinita, escuchando su propia voz gritar desde adentro, como si ya hubiese sido devorada una y mil veces.
Lo último que vio fueron sus propios ojos rojos, reflejándose en la bestia, antes de desaparecer en la nada.
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🌑 Pesadilla de Eliana: La Devoradora 🌑
Eliana despertó en un campo vacío. El suelo estaba cubierto de carne palpitante, respirando como si fuese un organismo vivo. El aire olía a hierro, a podredumbre, y cada paso que daba dejaba huellas sangrientas.
Un murmullo se filtró en su cabeza, como una canción rota:
—Tú creaste esto… tú lo alimentaste.
Entonces lo vio: una figura sentada, idéntica a ella, con los ojos encendidos en un rojo ardiente. Detrás, un monstruo imposible, con una boca gigantesca que se abría hasta el infinito, colmillos como lanzas y tentáculos cubiertos de sangre. La versión oscura de sí misma sonrió, llevándose la mano a los labios con elegancia.
—Diosa de la vida… ¿eso te dijeron? —rió suavemente, casi con dulzura—. ¿Y qué haces con la vida cuando la tocas? La corrompes, la mutilas, la conviertes en esto.
El monstruo detrás rugió, y cada rugido arrancaba voces familiares: el llanto de su madre, la furia de su padre, la voz de Sain escupiéndole odio.
Eliana cayó de rodillas, llevándose las manos a los oídos.
—¡No! ¡Yo no soy eso, yo… yo quiero ayudar!
Pero la otra ella se levantó, con paso lento, los ojos ardiendo como brasas. Su sonrisa se abrió más allá de lo humano, y su boca se desgarró en un abismo de colmillos afilados.
—Quieres salvar… pero lo único que haces es devorar.
De repente, Eliana sintió hambre. Un hambre brutal que la consumía desde dentro. Miró sus manos y vio que no eran suyas: largas, retorcidas, con garras negras. Su reflejo la tomó del rostro y la obligó a mirar al monstruo detrás.
—Ese soy yo… pero también eres tú.
El ser gigantesco se inclinó, y antes de que pudiera resistirse, abrió sus fauces. Eliana fue arrastrada hacia la oscuridad de esa boca infinita, escuchando su propia voz gritar desde adentro, como si ya hubiese sido devorada una y mil veces.
Lo último que vio fueron sus propios ojos rojos, reflejándose en la bestia, antes de desaparecer en la nada.
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