El teatro estaba casi vacío, y la luz del mediodía se filtraba suavemente a través de los ventanales altos, proyectando rayos dorados sobre los asientos de terciopelo y el escenario de madera pulida. Lián Xuefeng caminaba con calma por el pasillo central, cada paso medido, resonando apenas en el silencio reverente del lugar. Su traje oscuro contrastaba con la luz cálida que lo rodeaba, y aun así, su presencia imponía un respeto silencioso que se percibía incluso sin palabras.
En el escenario, un joven pianista practicaba, sus dedos deslizándose sobre las teclas con una delicadeza que parecía desafiar el tiempo. Lián se detuvo a observar, inclinando levemente la cabeza, sintiendo cómo cada nota despertaba recuerdos que habían dormido siglos: salones de palacio, corredores de mármol, noches iluminadas por velas y música que envolvía todo a su alrededor. Durante un instante, su mirada se suavizó, y la máscara de emperador implacable dio paso a un hombre que había amado, perdido y sobrevivido a la eternidad.
Se acercó a uno de los asientos más cercanos, sentándose con la elegancia de alguien acostumbrado a la realeza, dejando que las notas llenaran el silencio a su alrededor. No había intriga ni amenaza, solo la música fluyendo como un hilo que conectaba su presente con un pasado que aún vivía en su memoria. Cada acorde parecía resonar con algo profundo dentro de él, un placer inesperado que lo hacía sonreír apenas, con esa sutileza que pocos podían percibir.
—Curioso… —murmuró para sí mismo, la voz apenas un susurro—. Nunca pensé que algo tan efímero como la música pudiera tocar lo eterno.
Y allí permaneció, observando y escuchando, dejando que la armonía del piano despertara en él una parte olvidada de su alma: el emperador, el vampiro, y aquel fragmento secreto de su ser que aún ignoraba su verdadera naturaleza, todo entrelazado en un momento de calma, reflexión y redescubrimiento.
En el escenario, un joven pianista practicaba, sus dedos deslizándose sobre las teclas con una delicadeza que parecía desafiar el tiempo. Lián se detuvo a observar, inclinando levemente la cabeza, sintiendo cómo cada nota despertaba recuerdos que habían dormido siglos: salones de palacio, corredores de mármol, noches iluminadas por velas y música que envolvía todo a su alrededor. Durante un instante, su mirada se suavizó, y la máscara de emperador implacable dio paso a un hombre que había amado, perdido y sobrevivido a la eternidad.
Se acercó a uno de los asientos más cercanos, sentándose con la elegancia de alguien acostumbrado a la realeza, dejando que las notas llenaran el silencio a su alrededor. No había intriga ni amenaza, solo la música fluyendo como un hilo que conectaba su presente con un pasado que aún vivía en su memoria. Cada acorde parecía resonar con algo profundo dentro de él, un placer inesperado que lo hacía sonreír apenas, con esa sutileza que pocos podían percibir.
—Curioso… —murmuró para sí mismo, la voz apenas un susurro—. Nunca pensé que algo tan efímero como la música pudiera tocar lo eterno.
Y allí permaneció, observando y escuchando, dejando que la armonía del piano despertara en él una parte olvidada de su alma: el emperador, el vampiro, y aquel fragmento secreto de su ser que aún ignoraba su verdadera naturaleza, todo entrelazado en un momento de calma, reflexión y redescubrimiento.
El teatro estaba casi vacío, y la luz del mediodía se filtraba suavemente a través de los ventanales altos, proyectando rayos dorados sobre los asientos de terciopelo y el escenario de madera pulida. Lián Xuefeng caminaba con calma por el pasillo central, cada paso medido, resonando apenas en el silencio reverente del lugar. Su traje oscuro contrastaba con la luz cálida que lo rodeaba, y aun así, su presencia imponía un respeto silencioso que se percibía incluso sin palabras.
En el escenario, un joven pianista practicaba, sus dedos deslizándose sobre las teclas con una delicadeza que parecía desafiar el tiempo. Lián se detuvo a observar, inclinando levemente la cabeza, sintiendo cómo cada nota despertaba recuerdos que habían dormido siglos: salones de palacio, corredores de mármol, noches iluminadas por velas y música que envolvía todo a su alrededor. Durante un instante, su mirada se suavizó, y la máscara de emperador implacable dio paso a un hombre que había amado, perdido y sobrevivido a la eternidad.
Se acercó a uno de los asientos más cercanos, sentándose con la elegancia de alguien acostumbrado a la realeza, dejando que las notas llenaran el silencio a su alrededor. No había intriga ni amenaza, solo la música fluyendo como un hilo que conectaba su presente con un pasado que aún vivía en su memoria. Cada acorde parecía resonar con algo profundo dentro de él, un placer inesperado que lo hacía sonreír apenas, con esa sutileza que pocos podían percibir.
—Curioso… —murmuró para sí mismo, la voz apenas un susurro—. Nunca pensé que algo tan efímero como la música pudiera tocar lo eterno.
Y allí permaneció, observando y escuchando, dejando que la armonía del piano despertara en él una parte olvidada de su alma: el emperador, el vampiro, y aquel fragmento secreto de su ser que aún ignoraba su verdadera naturaleza, todo entrelazado en un momento de calma, reflexión y redescubrimiento.
