La lluvia confundía sus lágrimas y su cabello mojado se pegaba a su rostro como alas marchitas. El horizonte era solo una sombra, una línea incierta que parecía burlarse de ella.
Aun así, siguió nadando, con la mirada fija en una orilla que apenas existía.
Cuando sus rodillas tocaron arena, se derrumbó. El agua la arrastró unos metros más, como si no quisiera dejarla ir.
Tosió, sangró, tembló. Y al levantar el rostro, con la respiración hecha jirones, comprendió que la libertad también podía doler.
Aun así, siguió nadando, con la mirada fija en una orilla que apenas existía.
Cuando sus rodillas tocaron arena, se derrumbó. El agua la arrastró unos metros más, como si no quisiera dejarla ir.
Tosió, sangró, tembló. Y al levantar el rostro, con la respiración hecha jirones, comprendió que la libertad también podía doler.
La lluvia confundía sus lágrimas y su cabello mojado se pegaba a su rostro como alas marchitas. El horizonte era solo una sombra, una línea incierta que parecía burlarse de ella.
Aun así, siguió nadando, con la mirada fija en una orilla que apenas existía.
Cuando sus rodillas tocaron arena, se derrumbó. El agua la arrastró unos metros más, como si no quisiera dejarla ir.
Tosió, sangró, tembló. Y al levantar el rostro, con la respiración hecha jirones, comprendió que la libertad también podía doler.


