La mansión se encontraba envuelta en un silencio que solo el crujir de la leña en la chimenea lograba interrumpir. Afuera, la nieve cubría el jardín como un manto de plata, pero dentro del invernadero anexo al ala este, el aire era cálido, impregnado con el aroma de hierbas y flores que sobrevivían al frío gracias a la magia sutil que lo protegía.

Lysander estaba de pie junto al ventanal, la luz de la luna resbalando sobre su cabello oscuro, haciéndolo parecer un reflejo vivo de la noche. Entre sus manos, Yuki, su pequeño conejo blanco, se acomodaba tranquilo, con las orejas temblando levemente al contacto de la brisa que se filtraba.

—Curioso… —murmuró con voz grave pero apacible—. El invierno debería sentirse como un peso, y sin embargo… esta noche arde como el verano.

Un movimiento apenas perceptible recorrió su piel, y desde su hombro se deslizó una silueta etérea: Nerezza, la serpiente blanca, emergiendo como un susurro de otro plano. Sus ojos perlados se fijaron en él, brillando con sabiduría silenciosa mientras se enroscaba con suavidad alrededor de su brazo.

—¿Lo sientes también? —preguntó Lysander, sin apartar la vista de la luna—. Como si esta calma escondiera algo más… algo que me observa.

Nerezza siseó suavemente, como una respuesta ambigua entre advertencia y compañía. En ese instante, Lysander sonrió apenas, acariciando el pelaje de Yuki con un gesto distraído. El invierno afuera era implacable, pero en esa cálida noche, entre magia, compañía y presentimientos, la verdadera quietud parecía imposible de alcanzar.
La mansión se encontraba envuelta en un silencio que solo el crujir de la leña en la chimenea lograba interrumpir. Afuera, la nieve cubría el jardín como un manto de plata, pero dentro del invernadero anexo al ala este, el aire era cálido, impregnado con el aroma de hierbas y flores que sobrevivían al frío gracias a la magia sutil que lo protegía. Lysander estaba de pie junto al ventanal, la luz de la luna resbalando sobre su cabello oscuro, haciéndolo parecer un reflejo vivo de la noche. Entre sus manos, Yuki, su pequeño conejo blanco, se acomodaba tranquilo, con las orejas temblando levemente al contacto de la brisa que se filtraba. —Curioso… —murmuró con voz grave pero apacible—. El invierno debería sentirse como un peso, y sin embargo… esta noche arde como el verano. Un movimiento apenas perceptible recorrió su piel, y desde su hombro se deslizó una silueta etérea: Nerezza, la serpiente blanca, emergiendo como un susurro de otro plano. Sus ojos perlados se fijaron en él, brillando con sabiduría silenciosa mientras se enroscaba con suavidad alrededor de su brazo. —¿Lo sientes también? —preguntó Lysander, sin apartar la vista de la luna—. Como si esta calma escondiera algo más… algo que me observa. Nerezza siseó suavemente, como una respuesta ambigua entre advertencia y compañía. En ese instante, Lysander sonrió apenas, acariciando el pelaje de Yuki con un gesto distraído. El invierno afuera era implacable, pero en esa cálida noche, entre magia, compañía y presentimientos, la verdadera quietud parecía imposible de alcanzar.
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