“Es extraño. Nunca pensé que podría sentir algo parecido. He vivido demasiado tiempo con la certeza de que todo lo que toca mi vida termina manchado de sangre o reducido a cenizas. Y, sin embargo, ahora mismo, siento que alguien logró atravesar esa coraza que me había jurado no bajar jamás.
No es fácil. No me gusta reconocerlo. Me hace sentir débil, expuesta, como si llevara un blanco pintado en el pecho. El amor nunca estuvo en mis planes. Para mí, las emociones eran un lujo que no podía permitirme, un error que podía costarme la vida. Pero ahí está: esa maldita sensación que me quema por dentro y que no sé cómo manejar.
Lo vivo en silencio. Lo escondo como escondo mis armas, como escondo mis cicatrices. Y cada vez que me sorprendo sonriendo por un recuerdo o por un gesto, me odio un poco a mí misma. Porque sé lo que soy, sé lo que he hecho, y no me creo merecedora de algo tan limpio.
Pero, al mismo tiempo… hay algo en todo esto que me da fuerzas. No la clase de fuerza que viene de un rifle cargado o de un cuchillo bien afilado. Es otra, más peligrosa, más adictiva. Es sentir que, por primera vez, no estoy sola aunque el mundo entero me grite lo contrario.
Me da miedo. Me aterra. Pero también me hace sentir viva, y eso es algo que pensé que ya había perdido para siempre.”
No es fácil. No me gusta reconocerlo. Me hace sentir débil, expuesta, como si llevara un blanco pintado en el pecho. El amor nunca estuvo en mis planes. Para mí, las emociones eran un lujo que no podía permitirme, un error que podía costarme la vida. Pero ahí está: esa maldita sensación que me quema por dentro y que no sé cómo manejar.
Lo vivo en silencio. Lo escondo como escondo mis armas, como escondo mis cicatrices. Y cada vez que me sorprendo sonriendo por un recuerdo o por un gesto, me odio un poco a mí misma. Porque sé lo que soy, sé lo que he hecho, y no me creo merecedora de algo tan limpio.
Pero, al mismo tiempo… hay algo en todo esto que me da fuerzas. No la clase de fuerza que viene de un rifle cargado o de un cuchillo bien afilado. Es otra, más peligrosa, más adictiva. Es sentir que, por primera vez, no estoy sola aunque el mundo entero me grite lo contrario.
Me da miedo. Me aterra. Pero también me hace sentir viva, y eso es algo que pensé que ya había perdido para siempre.”
“Es extraño. Nunca pensé que podría sentir algo parecido. He vivido demasiado tiempo con la certeza de que todo lo que toca mi vida termina manchado de sangre o reducido a cenizas. Y, sin embargo, ahora mismo, siento que alguien logró atravesar esa coraza que me había jurado no bajar jamás.
No es fácil. No me gusta reconocerlo. Me hace sentir débil, expuesta, como si llevara un blanco pintado en el pecho. El amor nunca estuvo en mis planes. Para mí, las emociones eran un lujo que no podía permitirme, un error que podía costarme la vida. Pero ahí está: esa maldita sensación que me quema por dentro y que no sé cómo manejar.
Lo vivo en silencio. Lo escondo como escondo mis armas, como escondo mis cicatrices. Y cada vez que me sorprendo sonriendo por un recuerdo o por un gesto, me odio un poco a mí misma. Porque sé lo que soy, sé lo que he hecho, y no me creo merecedora de algo tan limpio.
Pero, al mismo tiempo… hay algo en todo esto que me da fuerzas. No la clase de fuerza que viene de un rifle cargado o de un cuchillo bien afilado. Es otra, más peligrosa, más adictiva. Es sentir que, por primera vez, no estoy sola aunque el mundo entero me grite lo contrario.
Me da miedo. Me aterra. Pero también me hace sentir viva, y eso es algo que pensé que ya había perdido para siempre.”

