Sentada en el alféizar, Hella se relamió. La punta de su lengua tomó una gota del líquido oscuro que se deslizaba desde su nariz hasta sus labios carmesí. No fue sangre ajena, sino la propia como un recordatorio del precio por husmear en los rincones donde lo prohibido duerme.
Sentada en el alféizar, Hella se relamió. La punta de su lengua tomó una gota del líquido oscuro que se deslizaba desde su nariz hasta sus labios carmesí. No fue sangre ajena, sino la propia como un recordatorio del precio por husmear en los rincones donde lo prohibido duerme.
