Las bisagras se quejaron cuando la puerta se abrió de un golpe seco. El mercenario entró sin pedir permiso, la capa húmeda arrastrando polvo y barro. Tras de sí, arrastraba un saco que dejó caer con violencia sobre la alfombra. El impacto fue húmedo, pesado, y del interior se deslizó un brazo rígido, con la piel aún tibia y las uñas ennegrecidas por la sangre seca. El hedor llenó la sala.
-El pago.
Las bisagras se quejaron cuando la puerta se abrió de un golpe seco. El mercenario entró sin pedir permiso, la capa húmeda arrastrando polvo y barro. Tras de sí, arrastraba un saco que dejó caer con violencia sobre la alfombra. El impacto fue húmedo, pesado, y del interior se deslizó un brazo rígido, con la piel aún tibia y las uñas ennegrecidas por la sangre seca. El hedor llenó la sala. -El pago.
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