En la cocina el ambiente era más cálido que en cualquier otra parte de la casa. El sol de media tarde entraba por la ventana, tiñendo la mesa de madera con tonos dorados. Yo me había remangado la camisa blanca, cuchillo en mano, mientras cortaba verduras con la precisión de siempre.
Miré a Angela de reojo cuando colocaba la olla en el fuego, su pelo cayéndole hacia delante y ese ceño fruncido que la delataba.
—Estás demasiado seria —dije en voz baja, mientras apartaba el cuchillo y limpiaba la tabla con un gesto automático.
Ella me lanzó una mirada fugaz, cargada de algo que no terminaba de descifrar.
—Solo pienso —respondió con un suspiro, removiendo el sofrito—. Esa tal Christina… parece que viene con segundas intenciones.
Fruncí las cejas y solté una pequeña risa incrédula.
—Angela… es solo una vieja amiga. La conocí en el orfanato. Pasamos cosas juntas, nada más. No la veo desde hace años.
Sequé mis manos y me acerqué por detrás para rodear su cintura con los brazos, apoyando mi barbilla en su hombro. Sentí cómo tensaba el cuerpo.
—No tienes por qué preocuparte, amor —susurré cerca de su oído, bajando la voz—. Tú eres la única que me importa, la única que tiene todo de mí.
Mis labios rozaron apenas su cuello antes de soltarla para volver a la mesa y seguir preparando los platos.
—Además, si viene con segundas intenciones, ya sabrá con quién se mete. No soy la Alessia de trece años —añadí, mirándola con media sonrisa mientras volvía a tomar el cuchillo—. Ahora tengo a mi mujer, y eso nadie me lo quita.
Angela Di Trapani
Miré a Angela de reojo cuando colocaba la olla en el fuego, su pelo cayéndole hacia delante y ese ceño fruncido que la delataba.
—Estás demasiado seria —dije en voz baja, mientras apartaba el cuchillo y limpiaba la tabla con un gesto automático.
Ella me lanzó una mirada fugaz, cargada de algo que no terminaba de descifrar.
—Solo pienso —respondió con un suspiro, removiendo el sofrito—. Esa tal Christina… parece que viene con segundas intenciones.
Fruncí las cejas y solté una pequeña risa incrédula.
—Angela… es solo una vieja amiga. La conocí en el orfanato. Pasamos cosas juntas, nada más. No la veo desde hace años.
Sequé mis manos y me acerqué por detrás para rodear su cintura con los brazos, apoyando mi barbilla en su hombro. Sentí cómo tensaba el cuerpo.
—No tienes por qué preocuparte, amor —susurré cerca de su oído, bajando la voz—. Tú eres la única que me importa, la única que tiene todo de mí.
Mis labios rozaron apenas su cuello antes de soltarla para volver a la mesa y seguir preparando los platos.
—Además, si viene con segundas intenciones, ya sabrá con quién se mete. No soy la Alessia de trece años —añadí, mirándola con media sonrisa mientras volvía a tomar el cuchillo—. Ahora tengo a mi mujer, y eso nadie me lo quita.
Angela Di Trapani
En la cocina el ambiente era más cálido que en cualquier otra parte de la casa. El sol de media tarde entraba por la ventana, tiñendo la mesa de madera con tonos dorados. Yo me había remangado la camisa blanca, cuchillo en mano, mientras cortaba verduras con la precisión de siempre.
Miré a Angela de reojo cuando colocaba la olla en el fuego, su pelo cayéndole hacia delante y ese ceño fruncido que la delataba.
—Estás demasiado seria —dije en voz baja, mientras apartaba el cuchillo y limpiaba la tabla con un gesto automático.
Ella me lanzó una mirada fugaz, cargada de algo que no terminaba de descifrar.
—Solo pienso —respondió con un suspiro, removiendo el sofrito—. Esa tal Christina… parece que viene con segundas intenciones.
Fruncí las cejas y solté una pequeña risa incrédula.
—Angela… es solo una vieja amiga. La conocí en el orfanato. Pasamos cosas juntas, nada más. No la veo desde hace años.
Sequé mis manos y me acerqué por detrás para rodear su cintura con los brazos, apoyando mi barbilla en su hombro. Sentí cómo tensaba el cuerpo.
—No tienes por qué preocuparte, amor —susurré cerca de su oído, bajando la voz—. Tú eres la única que me importa, la única que tiene todo de mí.
Mis labios rozaron apenas su cuello antes de soltarla para volver a la mesa y seguir preparando los platos.
—Además, si viene con segundas intenciones, ya sabrá con quién se mete. No soy la Alessia de trece años —añadí, mirándola con media sonrisa mientras volvía a tomar el cuchillo—. Ahora tengo a mi mujer, y eso nadie me lo quita.
[haze_orange_shark_766]

