La campanilla de la puerta tintineó suavemente cuando Kaelith entró en la cafetería-bar de su hermano, un lugar elegante y cálido, donde las luces bajas acariciaban los muebles de madera oscura y los cristales brillaban con reflejos ámbar. Noah había tenido que ausentarse por una reunión importante, y por primera vez en semanas, Kaelith se veía obligado a encargarse de atender el lugar personalmente.
Respiró hondo, ajustando la chaqueta de su traje oscuro y dejando que la calma que siempre emanaba fluyera. Su cabello blanco caía ligeramente sobre sus hombros mientras sus ojos plateados recorrían el espacio, evaluando cada detalle con precisión. No necesitaba instrucciones: la disposición de las mesas, los copas en la barra, incluso los gestos de los clientes eran notas en la sinfonía que él controlaba con naturalidad.
—Bienvenidos —dijo con voz profunda, medida, mientras un cliente se acercaba al mostrador—. ¿Desean algo en especial?
Su presencia era suficiente para que las conversaciones bajaran unos tonos y todos los presentes sintieran, aunque fuera subconscientemente, que estaban bajo su control. Kaelith movía cada taza y plato con delicadeza, sirviendo cafés y cocteles como si fueran rituales de precisión. No era un simple acto de cortesía; cada movimiento mostraba su disciplina, su atención al detalle y, en cierto modo, su autoridad innata.
Mientras equilibraba una bandeja con varios cafés, notó un pequeño destello en la esquina del bar: Kurogane, su lobo espiritual, apenas visible, observando con sus ojos azul eléctrico cualquier indicio de problemas. Kaelith sonrió apenas perceptiblemente; la presencia del espíritu le daba seguridad y un recordatorio de que, aunque pareciera todo control y calma, siempre estaba listo para lo inesperado.
—Aquí tienen —anunció, dejando las bebidas frente a los clientes con un gesto preciso, casi ceremonial—. Que disfruten.
A medida que el flujo de personas continuaba, Kaelith caminaba entre las mesas con pasos medidos, corrigiendo un detalle en una servilleta, ajustando un asiento, asegurándose de que todo fuera perfecto. Para él, atender el bar no era simplemente una tarea; era un juego de estrategia, observación y control, y lo hacía sin esfuerzo, aunque la gente solo viera un hombre elegante sirviendo cafés.
Cuando una bandeja se le resbaló casi imperceptiblemente, Kaelith reaccionó con rapidez sobrehumana, atrapándola antes de que cayera. Nadie notó el instante, salvo Kurogane, que emitió un leve gruñido de aprobación, invisible para los demás. Sonrió internamente. Incluso en tareas mundanas, su instinto de lobo y su naturaleza híbrida se mostraban sutilmente, como un recordatorio de que no era solo un empresario o un hermano: era Kaelith Veiryth, Alfa, híbrido, protector.
Mientras servía un último café a una pareja sentada junto a la ventana, pensó en Noah. “Hoy será un buen día… aunque no me gusta estar lejos del control total de mi mundo, al menos aquí todo está bajo mi supervisión.” Su mirada plateada recorrió la barra y, por un instante, sus ojos se encontraron con Kurogane. Un vínculo silencioso, una promesa tácita: cuidaría este lugar, este mundo, mientras fuera necesario, con la misma fiereza con la que protegería a su hermano o a cualquier aliado.
Respiró hondo, ajustando la chaqueta de su traje oscuro y dejando que la calma que siempre emanaba fluyera. Su cabello blanco caía ligeramente sobre sus hombros mientras sus ojos plateados recorrían el espacio, evaluando cada detalle con precisión. No necesitaba instrucciones: la disposición de las mesas, los copas en la barra, incluso los gestos de los clientes eran notas en la sinfonía que él controlaba con naturalidad.
—Bienvenidos —dijo con voz profunda, medida, mientras un cliente se acercaba al mostrador—. ¿Desean algo en especial?
Su presencia era suficiente para que las conversaciones bajaran unos tonos y todos los presentes sintieran, aunque fuera subconscientemente, que estaban bajo su control. Kaelith movía cada taza y plato con delicadeza, sirviendo cafés y cocteles como si fueran rituales de precisión. No era un simple acto de cortesía; cada movimiento mostraba su disciplina, su atención al detalle y, en cierto modo, su autoridad innata.
Mientras equilibraba una bandeja con varios cafés, notó un pequeño destello en la esquina del bar: Kurogane, su lobo espiritual, apenas visible, observando con sus ojos azul eléctrico cualquier indicio de problemas. Kaelith sonrió apenas perceptiblemente; la presencia del espíritu le daba seguridad y un recordatorio de que, aunque pareciera todo control y calma, siempre estaba listo para lo inesperado.
—Aquí tienen —anunció, dejando las bebidas frente a los clientes con un gesto preciso, casi ceremonial—. Que disfruten.
A medida que el flujo de personas continuaba, Kaelith caminaba entre las mesas con pasos medidos, corrigiendo un detalle en una servilleta, ajustando un asiento, asegurándose de que todo fuera perfecto. Para él, atender el bar no era simplemente una tarea; era un juego de estrategia, observación y control, y lo hacía sin esfuerzo, aunque la gente solo viera un hombre elegante sirviendo cafés.
Cuando una bandeja se le resbaló casi imperceptiblemente, Kaelith reaccionó con rapidez sobrehumana, atrapándola antes de que cayera. Nadie notó el instante, salvo Kurogane, que emitió un leve gruñido de aprobación, invisible para los demás. Sonrió internamente. Incluso en tareas mundanas, su instinto de lobo y su naturaleza híbrida se mostraban sutilmente, como un recordatorio de que no era solo un empresario o un hermano: era Kaelith Veiryth, Alfa, híbrido, protector.
Mientras servía un último café a una pareja sentada junto a la ventana, pensó en Noah. “Hoy será un buen día… aunque no me gusta estar lejos del control total de mi mundo, al menos aquí todo está bajo mi supervisión.” Su mirada plateada recorrió la barra y, por un instante, sus ojos se encontraron con Kurogane. Un vínculo silencioso, una promesa tácita: cuidaría este lugar, este mundo, mientras fuera necesario, con la misma fiereza con la que protegería a su hermano o a cualquier aliado.
La campanilla de la puerta tintineó suavemente cuando Kaelith entró en la cafetería-bar de su hermano, un lugar elegante y cálido, donde las luces bajas acariciaban los muebles de madera oscura y los cristales brillaban con reflejos ámbar. Noah había tenido que ausentarse por una reunión importante, y por primera vez en semanas, Kaelith se veía obligado a encargarse de atender el lugar personalmente.
Respiró hondo, ajustando la chaqueta de su traje oscuro y dejando que la calma que siempre emanaba fluyera. Su cabello blanco caía ligeramente sobre sus hombros mientras sus ojos plateados recorrían el espacio, evaluando cada detalle con precisión. No necesitaba instrucciones: la disposición de las mesas, los copas en la barra, incluso los gestos de los clientes eran notas en la sinfonía que él controlaba con naturalidad.
—Bienvenidos —dijo con voz profunda, medida, mientras un cliente se acercaba al mostrador—. ¿Desean algo en especial?
Su presencia era suficiente para que las conversaciones bajaran unos tonos y todos los presentes sintieran, aunque fuera subconscientemente, que estaban bajo su control. Kaelith movía cada taza y plato con delicadeza, sirviendo cafés y cocteles como si fueran rituales de precisión. No era un simple acto de cortesía; cada movimiento mostraba su disciplina, su atención al detalle y, en cierto modo, su autoridad innata.
Mientras equilibraba una bandeja con varios cafés, notó un pequeño destello en la esquina del bar: Kurogane, su lobo espiritual, apenas visible, observando con sus ojos azul eléctrico cualquier indicio de problemas. Kaelith sonrió apenas perceptiblemente; la presencia del espíritu le daba seguridad y un recordatorio de que, aunque pareciera todo control y calma, siempre estaba listo para lo inesperado.
—Aquí tienen —anunció, dejando las bebidas frente a los clientes con un gesto preciso, casi ceremonial—. Que disfruten.
A medida que el flujo de personas continuaba, Kaelith caminaba entre las mesas con pasos medidos, corrigiendo un detalle en una servilleta, ajustando un asiento, asegurándose de que todo fuera perfecto. Para él, atender el bar no era simplemente una tarea; era un juego de estrategia, observación y control, y lo hacía sin esfuerzo, aunque la gente solo viera un hombre elegante sirviendo cafés.
Cuando una bandeja se le resbaló casi imperceptiblemente, Kaelith reaccionó con rapidez sobrehumana, atrapándola antes de que cayera. Nadie notó el instante, salvo Kurogane, que emitió un leve gruñido de aprobación, invisible para los demás. Sonrió internamente. Incluso en tareas mundanas, su instinto de lobo y su naturaleza híbrida se mostraban sutilmente, como un recordatorio de que no era solo un empresario o un hermano: era Kaelith Veiryth, Alfa, híbrido, protector.
Mientras servía un último café a una pareja sentada junto a la ventana, pensó en Noah. “Hoy será un buen día… aunque no me gusta estar lejos del control total de mi mundo, al menos aquí todo está bajo mi supervisión.” Su mirada plateada recorrió la barra y, por un instante, sus ojos se encontraron con Kurogane. Un vínculo silencioso, una promesa tácita: cuidaría este lugar, este mundo, mientras fuera necesario, con la misma fiereza con la que protegería a su hermano o a cualquier aliado.
