Las calles del pueblo despertaban con calma, apenas iluminadas por los primeros rayos del amanecer. Lucian caminaba entre los puestos del mercado, su figura alta y oscura destacando entre los aldeanos que lo observaban con una mezcla de respeto y recelo.
En una de sus manos llevaba una pequeña cesta, y en la otra sostenía un pergamino enrollado con una lista precisa.

—Pescado fresco… leche tibia… —murmuraba para sí, con un tono que rozaba lo irónico—. ¿Quién diría que un híbrido maldito terminaría siendo sirviente de un gato estelar?

Un comerciante le ofreció un atún recién atrapado, y Lucian lo examinó con ojo crítico antes de asentir y dejar unas monedas sobre la mesa. El brillo en sus ojos —uno dorado, el otro rojo— intimidó al hombre, que evitó devolverle la mirada.

Al pasar frente a una vendedora de hierbas, se detuvo. Tomó un pequeño manojo de flores nocturnas, las favoritas de Astryl para dormir.
Una leve sonrisa escapó de su rostro serio.

—Mi buen chico… no puedo negarte nada, ¿verdad? —susurró en voz baja, como si Astryl pudiera escucharlo desde cualquier plano.

Con la cesta llena de pequeños lujos para su compañero cósmico, Lucian retomó el camino a casa, entre sombras y murmullos del pueblo que aún no comprendía del todo la dualidad de aquel guardián y su misterioso gato estelar.
Las calles del pueblo despertaban con calma, apenas iluminadas por los primeros rayos del amanecer. Lucian caminaba entre los puestos del mercado, su figura alta y oscura destacando entre los aldeanos que lo observaban con una mezcla de respeto y recelo. En una de sus manos llevaba una pequeña cesta, y en la otra sostenía un pergamino enrollado con una lista precisa. —Pescado fresco… leche tibia… —murmuraba para sí, con un tono que rozaba lo irónico—. ¿Quién diría que un híbrido maldito terminaría siendo sirviente de un gato estelar? Un comerciante le ofreció un atún recién atrapado, y Lucian lo examinó con ojo crítico antes de asentir y dejar unas monedas sobre la mesa. El brillo en sus ojos —uno dorado, el otro rojo— intimidó al hombre, que evitó devolverle la mirada. Al pasar frente a una vendedora de hierbas, se detuvo. Tomó un pequeño manojo de flores nocturnas, las favoritas de Astryl para dormir. Una leve sonrisa escapó de su rostro serio. —Mi buen chico… no puedo negarte nada, ¿verdad? —susurró en voz baja, como si Astryl pudiera escucharlo desde cualquier plano. Con la cesta llena de pequeños lujos para su compañero cósmico, Lucian retomó el camino a casa, entre sombras y murmullos del pueblo que aún no comprendía del todo la dualidad de aquel guardián y su misterioso gato estelar.
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