Habíamos atracado en una isla pequeña, apenas un punto en el mapa. La tripulación andaba dispersa, Luffy y los demas salieron a perder el tiempo, yo tenía la tarea de conseguir suministros decentes.
La lluvia empezaba a golpear los techos cuando lo vi en el mercado. Un matón enorme, con el sello de los perros de Barbanegra en el chaleco, estaba levantando a un comerciante por el cuello. El viejo apenas podía respirar mientras los demás lo miraban en silencio, demasiado asustados para hacer algo.
No me conocía, no sabía quién era yo ni me importaba. Solo era otro forastero para él, alguien a quien ignorar. Pero a mí me hervía la sangre.
Caminé hacia ellos, encendí un cigarrillo y le hablé con calma.

— Suelta al viejo.

El matón soltó una carcajada, esa risa podrida de quien cree que manda. Quiso levantar su puño como advertencia, pero no llegó a darlo. Mi pierna ya lo había alcanzado, directo en la sien.
El gigante cayó como un saco de carne mojada, inconsciente sobre el barro. El comerciante tosió, libre, mientras los demás lugareños se acercaban poco a poco, primero con miedo, luego con valor.
No dije nada más. Guardé silencio, recogí mis bolsas de verduras y seguí caminando bajo la lluvia. Sabía que ellos sabrían qué hacer con el cuerpo tirado.
Habíamos atracado en una isla pequeña, apenas un punto en el mapa. La tripulación andaba dispersa, Luffy y los demas salieron a perder el tiempo, yo tenía la tarea de conseguir suministros decentes. La lluvia empezaba a golpear los techos cuando lo vi en el mercado. Un matón enorme, con el sello de los perros de Barbanegra en el chaleco, estaba levantando a un comerciante por el cuello. El viejo apenas podía respirar mientras los demás lo miraban en silencio, demasiado asustados para hacer algo. No me conocía, no sabía quién era yo ni me importaba. Solo era otro forastero para él, alguien a quien ignorar. Pero a mí me hervía la sangre. Caminé hacia ellos, encendí un cigarrillo y le hablé con calma. — Suelta al viejo. El matón soltó una carcajada, esa risa podrida de quien cree que manda. Quiso levantar su puño como advertencia, pero no llegó a darlo. Mi pierna ya lo había alcanzado, directo en la sien. El gigante cayó como un saco de carne mojada, inconsciente sobre el barro. El comerciante tosió, libre, mientras los demás lugareños se acercaban poco a poco, primero con miedo, luego con valor. No dije nada más. Guardé silencio, recogí mis bolsas de verduras y seguí caminando bajo la lluvia. Sabía que ellos sabrían qué hacer con el cuerpo tirado.
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