{El príncipe Zarek se hallaba recostado sobre su cama amplia, cubierta de finas telas. Los aposentos, silenciosos, apenas eran iluminados por la luz de las velas.}
{No lograba descansar. Cada vez que cerraba los ojos, el aire del desierto le devolvía un perfume distinto, un rastro que se desvanecía. El olor de la mestiza. Era un tormento. Una fragancia que se transformaba a cada minuto, imposible de rastrear con precisión. Demasiado inconstante, demasiado humano.}
{Zarek apretó los dientes. Esa dualidad era lo que la mantenía con vida, lo que la hacía invisible incluso para los depredadores más antiguos como él. Una mestiza con sangre humana no debía haber sobrevivido, y sin embargo, ella existía. Ella era la clave. La última esperanza para los nekomatas, cuya especie se extinguía lentamente. Sin ella, el fin sería inevitable.}
{Pero la furia lo consumía más que la desesperanza. La mestiza lo atormentaba sin siquiera saberlo. Le robaba el sueño. Lo empujaba a los límites de su paciencia. Con cada soplo de viento nocturno que rozaba su piel, el aroma llegaba a él como una burla, solo para desvanecerse un instante después.}
{Zarek abrió los ojos de golpe, los colmillos apretados con fuerza. Sus manos se clavaron en las sábanas, arrugándolas, mientras sus nudillos palidecían por la presión. Luego abrazó con violencia la almohada, como si pudiera ahogar en ella la ansiedad.}
{Quería dormir. Solo dormir unas horas. Pero no podía.}
{Sabía lo que debía hacer. No podía seguir esperando informes de exploradores ni depender de rastros que se desvanecían en el viento. El viaje al mundo de los humanos era inevitable. Se disfrazaría de mortal, descendería hasta ese reino ajeno, y la encontraría.}
{No importaba cuánto tuviera que sacrificar ni qué dios se interpusiera. Iría por ella. Porque era suya. Porque era la única capaz de calmar aquel tormento.}
{Y en medio del silencio sofocante de la noche, Zarek permaneció despierto, prisionero de un deseo que no comprendía del todo, pero que lo estaba consumiendo más rápido que cualquier enemigo.}
{El príncipe Zarek se hallaba recostado sobre su cama amplia, cubierta de finas telas. Los aposentos, silenciosos, apenas eran iluminados por la luz de las velas.}
{No lograba descansar. Cada vez que cerraba los ojos, el aire del desierto le devolvía un perfume distinto, un rastro que se desvanecía. El olor de la mestiza. Era un tormento. Una fragancia que se transformaba a cada minuto, imposible de rastrear con precisión. Demasiado inconstante, demasiado humano.}
{Zarek apretó los dientes. Esa dualidad era lo que la mantenía con vida, lo que la hacía invisible incluso para los depredadores más antiguos como él. Una mestiza con sangre humana no debía haber sobrevivido, y sin embargo, ella existía. Ella era la clave. La última esperanza para los nekomatas, cuya especie se extinguía lentamente. Sin ella, el fin sería inevitable.}
{Pero la furia lo consumía más que la desesperanza. La mestiza lo atormentaba sin siquiera saberlo. Le robaba el sueño. Lo empujaba a los límites de su paciencia. Con cada soplo de viento nocturno que rozaba su piel, el aroma llegaba a él como una burla, solo para desvanecerse un instante después.}
{Zarek abrió los ojos de golpe, los colmillos apretados con fuerza. Sus manos se clavaron en las sábanas, arrugándolas, mientras sus nudillos palidecían por la presión. Luego abrazó con violencia la almohada, como si pudiera ahogar en ella la ansiedad.}
{Quería dormir. Solo dormir unas horas. Pero no podía.}
{Sabía lo que debía hacer. No podía seguir esperando informes de exploradores ni depender de rastros que se desvanecían en el viento. El viaje al mundo de los humanos era inevitable. Se disfrazaría de mortal, descendería hasta ese reino ajeno, y la encontraría.}
{No importaba cuánto tuviera que sacrificar ni qué dios se interpusiera. Iría por ella. Porque era suya. Porque era la única capaz de calmar aquel tormento.}
{Y en medio del silencio sofocante de la noche, Zarek permaneció despierto, prisionero de un deseo que no comprendía del todo, pero que lo estaba consumiendo más rápido que cualquier enemigo.}

