Kaeya sentía curiosidad. Era como si sus huesos reconocieran en el otro, la misma dinastía perdida que lleva pintada en los ojos. Siente la presencia del albino como un eterno canto, que le atrae más de lo que debería y que le atormenta un poco, pues al final de día, Kaeya no puede atarse a nada más que a la promesa de un reino muerto.

Y aún así, no se controla. No lo logra completamente. Se acomoda al lado del alquimista y una sonrisa, entre traviesa y coqueta, se le acomoda en los labios. Ah, como quisiera adueñarse de todo lo que el contrario puede ser. Se pregunta, en medio de todo, si se lo permitirá pasar unos momentos junto a él.

Asistiendo en sus experimentos y quizá fingiendo un poco que le interesa la alquimia, cuando en realidad solo quiere verlo existir en el ámbito que el rubio más ama.

Ah, esta perdidamente embelesado. Se pregunta si la vida sería más sencilla sin ese apabullador sentimiento en su pecho.

No quiere averiguarlo. Le gusta la incertidumbre y el calor que se acomoda en su pecho en afecto, cuando piensa en Albedo.

─¿Qué haces? ─pregunta, no realmente interesado en el proceso, sino en escuchar su voz, una vez más.



Albedo .

Kaeya sentía curiosidad. Era como si sus huesos reconocieran en el otro, la misma dinastía perdida que lleva pintada en los ojos. Siente la presencia del albino como un eterno canto, que le atrae más de lo que debería y que le atormenta un poco, pues al final de día, Kaeya no puede atarse a nada más que a la promesa de un reino muerto. Y aún así, no se controla. No lo logra completamente. Se acomoda al lado del alquimista y una sonrisa, entre traviesa y coqueta, se le acomoda en los labios. Ah, como quisiera adueñarse de todo lo que el contrario puede ser. Se pregunta, en medio de todo, si se lo permitirá pasar unos momentos junto a él. Asistiendo en sus experimentos y quizá fingiendo un poco que le interesa la alquimia, cuando en realidad solo quiere verlo existir en el ámbito que el rubio más ama. Ah, esta perdidamente embelesado. Se pregunta si la vida sería más sencilla sin ese apabullador sentimiento en su pecho. No quiere averiguarlo. Le gusta la incertidumbre y el calor que se acomoda en su pecho en afecto, cuando piensa en Albedo. ─¿Qué haces? ─pregunta, no realmente interesado en el proceso, sino en escuchar su voz, una vez más. [Princeps_cret4ceus] .
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