El bullicio de la ciudad se filtraba entre las luces cálidas de una pequeña cafetería escondida en Hongdae.
Riven hojeaba un libro antiguo, uno de esos que olía a polvo y memorias, mientras un cappuccino humeaba frente a él.

Vestía sencillo, apenas una chaqueta negra y una bufanda gris, pero su aura lo distinguía de cualquiera en la sala.
Cada tanto, levantaba la vista de las páginas para observar a la gente pasar por la ventana, con una media sonrisa que parecía guardar secretos que nunca revelaría.

Con un gesto distraído, acarició las plumas de un pequeño cuervo que lo acompañaba en el respaldo de la silla, como si fuera lo más natural del mundo.
—Ah… la ciudad nunca duerme… —murmuró, dejando que su voz se perdiera entre el murmullo del café.
El bullicio de la ciudad se filtraba entre las luces cálidas de una pequeña cafetería escondida en Hongdae. Riven hojeaba un libro antiguo, uno de esos que olía a polvo y memorias, mientras un cappuccino humeaba frente a él. Vestía sencillo, apenas una chaqueta negra y una bufanda gris, pero su aura lo distinguía de cualquiera en la sala. Cada tanto, levantaba la vista de las páginas para observar a la gente pasar por la ventana, con una media sonrisa que parecía guardar secretos que nunca revelaría. Con un gesto distraído, acarició las plumas de un pequeño cuervo que lo acompañaba en el respaldo de la silla, como si fuera lo más natural del mundo. —Ah… la ciudad nunca duerme… —murmuró, dejando que su voz se perdiera entre el murmullo del café.
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