El sol estaba a punto de caer en el horizonte cuando Yoko se acomodó en la arena, apoyando los brazos hacia atrás y estirando las piernas con una confianza descarada. Su diminuto bikini no dejaba mucho a la imaginación, y parecía disfrutar de cada mirada que despertaba.
Nia, a su lado, la observaba con esa mezcla de admiración y picardía que solo ella podía mostrar. Al notar que alguien se acercaba, ladeó la cabeza y sonrió suavemente, como si compartiera un secreto.
—¿Ves? —susurró a Yoko—. No solo yo me quedo embobada contigo.
Yoko rio bajo, girándose con intención hacia el recién llegado. El movimiento acentuó sus curvas de manera inevitable, algo que parecía hacerlo aún más consciente de la situación.
—No me sorprende —dijo con voz traviesa, clavando sus ojos en el tercero—. ¿Quieres quedarte a mirar… o a acompañarnos?
Nia, ruborizada pero sin apartarse de ella, apoyó su mano sobre la de Yoko y añadió con un tono dulce, pero sugerente:
—Sería más divertido si no fuéramos solo nosotras dos.
La brisa marina pasó ligera, arrastrando el silencio expectante que siguió. La complicidad entre ambas era clara: provocaban a propósito, dejando que la tensión hiciera el resto.
Nia, a su lado, la observaba con esa mezcla de admiración y picardía que solo ella podía mostrar. Al notar que alguien se acercaba, ladeó la cabeza y sonrió suavemente, como si compartiera un secreto.
—¿Ves? —susurró a Yoko—. No solo yo me quedo embobada contigo.
Yoko rio bajo, girándose con intención hacia el recién llegado. El movimiento acentuó sus curvas de manera inevitable, algo que parecía hacerlo aún más consciente de la situación.
—No me sorprende —dijo con voz traviesa, clavando sus ojos en el tercero—. ¿Quieres quedarte a mirar… o a acompañarnos?
Nia, ruborizada pero sin apartarse de ella, apoyó su mano sobre la de Yoko y añadió con un tono dulce, pero sugerente:
—Sería más divertido si no fuéramos solo nosotras dos.
La brisa marina pasó ligera, arrastrando el silencio expectante que siguió. La complicidad entre ambas era clara: provocaban a propósito, dejando que la tensión hiciera el resto.
El sol estaba a punto de caer en el horizonte cuando Yoko se acomodó en la arena, apoyando los brazos hacia atrás y estirando las piernas con una confianza descarada. Su diminuto bikini no dejaba mucho a la imaginación, y parecía disfrutar de cada mirada que despertaba.
Nia, a su lado, la observaba con esa mezcla de admiración y picardía que solo ella podía mostrar. Al notar que alguien se acercaba, ladeó la cabeza y sonrió suavemente, como si compartiera un secreto.
—¿Ves? —susurró a Yoko—. No solo yo me quedo embobada contigo.
Yoko rio bajo, girándose con intención hacia el recién llegado. El movimiento acentuó sus curvas de manera inevitable, algo que parecía hacerlo aún más consciente de la situación.
—No me sorprende —dijo con voz traviesa, clavando sus ojos en el tercero—. ¿Quieres quedarte a mirar… o a acompañarnos?
Nia, ruborizada pero sin apartarse de ella, apoyó su mano sobre la de Yoko y añadió con un tono dulce, pero sugerente:
—Sería más divertido si no fuéramos solo nosotras dos.
La brisa marina pasó ligera, arrastrando el silencio expectante que siguió. La complicidad entre ambas era clara: provocaban a propósito, dejando que la tensión hiciera el resto.

