La arena estaba tibia bajo sus pies descalzos, y el sonido de las olas marcaba un ritmo tranquilo. Yoko se estiró perezosamente en su toalla, la tela diminuta de su bikini dejando escapar más piel de la que cubría. Al notarlo, Nia se sonrojó, ajustando con torpeza el lazo de su propio traje, mucho más discreto y tierno en comparación.
—¿Demasiado para ti? —preguntó Yoko con una sonrisa pícara, al sorprenderla mirando.
—Yo… no… —balbuceó Nia, pero sus mejillas color carmín la delataron.
Con aire provocador, Yoko se inclinó hacia ella, lo suficiente como para que Nia pudiera sentir el calor de su piel y percibir el suave olor a sal y bronceador. Con un dedo juguetón, trazó una línea ligera en el brazo de la rubia.
—Eres tan fácil de leer, ¿lo sabías? —murmuró, divertida.
Nia, en un intento de defenderse, infló las mejillas y apartó la vista, aunque sus manos nerviosas no tardaron en entrelazarse con la toalla de Yoko, como si la cercanía le resultara inevitable.
La pelirroja rio suavemente, dejando que el viento levantara su cabello. Se recostó de nuevo, cerrando los ojos, pero con una media sonrisa que dejaba claro: la provocación no había terminado.
—¿Demasiado para ti? —preguntó Yoko con una sonrisa pícara, al sorprenderla mirando.
—Yo… no… —balbuceó Nia, pero sus mejillas color carmín la delataron.
Con aire provocador, Yoko se inclinó hacia ella, lo suficiente como para que Nia pudiera sentir el calor de su piel y percibir el suave olor a sal y bronceador. Con un dedo juguetón, trazó una línea ligera en el brazo de la rubia.
—Eres tan fácil de leer, ¿lo sabías? —murmuró, divertida.
Nia, en un intento de defenderse, infló las mejillas y apartó la vista, aunque sus manos nerviosas no tardaron en entrelazarse con la toalla de Yoko, como si la cercanía le resultara inevitable.
La pelirroja rio suavemente, dejando que el viento levantara su cabello. Se recostó de nuevo, cerrando los ojos, pero con una media sonrisa que dejaba claro: la provocación no había terminado.
La arena estaba tibia bajo sus pies descalzos, y el sonido de las olas marcaba un ritmo tranquilo. Yoko se estiró perezosamente en su toalla, la tela diminuta de su bikini dejando escapar más piel de la que cubría. Al notarlo, Nia se sonrojó, ajustando con torpeza el lazo de su propio traje, mucho más discreto y tierno en comparación.
—¿Demasiado para ti? —preguntó Yoko con una sonrisa pícara, al sorprenderla mirando.
—Yo… no… —balbuceó Nia, pero sus mejillas color carmín la delataron.
Con aire provocador, Yoko se inclinó hacia ella, lo suficiente como para que Nia pudiera sentir el calor de su piel y percibir el suave olor a sal y bronceador. Con un dedo juguetón, trazó una línea ligera en el brazo de la rubia.
—Eres tan fácil de leer, ¿lo sabías? —murmuró, divertida.
Nia, en un intento de defenderse, infló las mejillas y apartó la vista, aunque sus manos nerviosas no tardaron en entrelazarse con la toalla de Yoko, como si la cercanía le resultara inevitable.
La pelirroja rio suavemente, dejando que el viento levantara su cabello. Se recostó de nuevo, cerrando los ojos, pero con una media sonrisa que dejaba claro: la provocación no había terminado.

