Dean miró su sándwich como si estuviera frente a un tesoro ancestral. Le dio un mordisco enorme, cerró los ojos un segundo y luego, sin soltarlo, alzó la vista hacia Hope, que lo miraba con esa sonrisa ladeada.

—¿Sabes qué? —dijo, tras tragar—. Yo no comparto esto con nadie. Con 𝑛𝑎𝑑𝑖𝑒.

Hope arqueó una ceja, divertida. —Vaya honor… ¿y con esa cara de “ni lo sueñes” esperas que me lo crea?

Dean se inclinó un poco hacia ella, sosteniendo el sándwich como si estuviera en una ceremonia solemne. —Bueno… solo contigo. Eres la única que podría merecer un bocado de esto.

Y antes de que ella pudiera responder, lo acercó despacio hasta sus labios, ofreciéndole un mordisco. Hope lo aceptó con una risita, y Dean, orgulloso, murmuró: —Ya ves, Hope Mikaelson, acabas de unirte al club más exclusivo del mundo: el de compartir mi comida.
Dean miró su sándwich como si estuviera frente a un tesoro ancestral. Le dio un mordisco enorme, cerró los ojos un segundo y luego, sin soltarlo, alzó la vista hacia Hope, que lo miraba con esa sonrisa ladeada. —¿Sabes qué? —dijo, tras tragar—. Yo no comparto esto con nadie. Con 𝑛𝑎𝑑𝑖𝑒. Hope arqueó una ceja, divertida. —Vaya honor… ¿y con esa cara de “ni lo sueñes” esperas que me lo crea? Dean se inclinó un poco hacia ella, sosteniendo el sándwich como si estuviera en una ceremonia solemne. —Bueno… solo contigo. Eres la única que podría merecer un bocado de esto. Y antes de que ella pudiera responder, lo acercó despacio hasta sus labios, ofreciéndole un mordisco. Hope lo aceptó con una risita, y Dean, orgulloso, murmuró: —Ya ves, Hope Mikaelson, acabas de unirte al club más exclusivo del mundo: el de compartir mi comida.
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