Entono la canción que le cantabas a tu hija. Esa melodía viaja entre las zarzas como un río de recuerdos, llamándote de vuelta.
—Muévete conmigo… despréndete de ellas.

Cuando llego a ti, tiemblo. Me inclino, y con la última fuerza que me queda, te beso. Un beso que no es solo mío: es del equilibrio, de los espíritus perdidos en la aldea, y de todo lo que todavía cree en ti.

Dentro de mí, Belial ruge… porque sabe que ha perdido.

El rugido de Belial se expande como un trueno, desgarrando el aire. Puedo sentir sus garras aferradas a mi alma, afiladas, desesperadas, intentando no soltarnos.

Pero el beso… el beso es una llama que se expande desde el centro, quemando la oscuridad. Primero es un calor suave, luego una oleada que arranca las sombras de cuajo.

Las zarzas negras se marchitan, perdiendo su fuerza y cayendo en espirales de ceniza que el viento arrastra. Las marcas oscuras de mi piel se desvanecen como humo, y el rojo demoníaco de mis ojos se apaga, dejando de nuevo el azul brillante que siempre me guía.

Robin también cambia: su mirada recupera un brillo que no veía desde que empezó todo. La rigidez de su cuerpo cede, sus manos se cierran en torno a las mías como si confirmara que estamos aquí, vivas.

En el aire, los susurros de Belial se disuelven. Ya no hay voz, ya no hay presión, solo el eco distante de algo que se retira, derrotado.

Respiro profundamente. El olor a azufre se reemplaza por el de tierra húmeda y aire fresco.
El peso se va.
La luz regresa.

Y juntas, paso a paso, nos alejamos del lugar donde el demonio creyó que podría tenernos para siempre.
♱ 𝕽𝖔𝖇𝖎𝖓 🎵🎶
Entono la canción que le cantabas a tu hija. Esa melodía viaja entre las zarzas como un río de recuerdos, llamándote de vuelta. —Muévete conmigo… despréndete de ellas. Cuando llego a ti, tiemblo. Me inclino, y con la última fuerza que me queda, te beso. Un beso que no es solo mío: es del equilibrio, de los espíritus perdidos en la aldea, y de todo lo que todavía cree en ti. Dentro de mí, Belial ruge… porque sabe que ha perdido. El rugido de Belial se expande como un trueno, desgarrando el aire. Puedo sentir sus garras aferradas a mi alma, afiladas, desesperadas, intentando no soltarnos. Pero el beso… el beso es una llama que se expande desde el centro, quemando la oscuridad. Primero es un calor suave, luego una oleada que arranca las sombras de cuajo. Las zarzas negras se marchitan, perdiendo su fuerza y cayendo en espirales de ceniza que el viento arrastra. Las marcas oscuras de mi piel se desvanecen como humo, y el rojo demoníaco de mis ojos se apaga, dejando de nuevo el azul brillante que siempre me guía. Robin también cambia: su mirada recupera un brillo que no veía desde que empezó todo. La rigidez de su cuerpo cede, sus manos se cierran en torno a las mías como si confirmara que estamos aquí, vivas. En el aire, los susurros de Belial se disuelven. Ya no hay voz, ya no hay presión, solo el eco distante de algo que se retira, derrotado. Respiro profundamente. El olor a azufre se reemplaza por el de tierra húmeda y aire fresco. El peso se va. La luz regresa. Y juntas, paso a paso, nos alejamos del lugar donde el demonio creyó que podría tenernos para siempre. [Robin]
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