The Hound and the Sea Snake
Fandom Game Of Thrones
Categoría Romance
Starter para: 𝚂𝙰𝙽𝙳𝙾𝚁 𝙲𝙻𝙴𝙶𝙰𝙽𝙴

La noche había pasado como todas las demás. Ella se quedaba dormida y él se marchaba poco después, cuando se aseguraba de que ella dormía. Su cuerpo aprendió a desconectarse sin permiso, sólo para protegerse de sí misma. De su mente, de sus pensamientos, esos que la atosigaban desde que él había decidido aislarla de todo, de todos.
Pero aquella mañana… algo había cambiado.

Sandor le había hablado.

Se incorporó lentamente en la cama, con el cabello desordenado cayéndole sobre los hombros, preguntándose si aquello había sido real. Si no fue producto de su imaginación, si no lo había soñado.

Soñar con él. Qué locura, ¿verdad?

Y si… ¿había imaginado su voz? ¿Y si… no había sido real? ¿Y si… había sido todo fruto de su desesperación?

Los días anteriores habían sido insoportables. No por el encierro en sí —había soportado cosas peores—, sino por no poder hablar con nadie. Por la forma en que él se mantenía erguido junto a la puerta, sin mirarla, sin reaccionar, sin ceder siquiera al mínimo gesto.

Tywin le había prohibido hablarle. Pero Serenna sabía que el castigo no estaba solo en las palabras que él había prohibido. Estaba también en la obediencia de Sandor. En su silencio. En su espalda rígida. En el castigo de su presencia, como si tan solo fuera una sombra, producto de su imaginación.

¿Lo había hecho por compasión?

No. Sandor Clegane no era un hombre compasivo. No con ella. No con nadie.

¿Entonces por qué?

Se llevó una mano al pecho, apenas rozando el colgante de oro en forma de león que Tywin Lannister le había regalado años atrás.
La madera del suelo crujió con un sonido tenue. Las primeras pisadas del día. Serenna no se movió.

Él llegaba siempre a la misma hora. Abría la puerta, cruzaba el umbral y se colocaba junto al marco. No decía nada, ni siquiera la miraba.

El pomo giró. Serenna no se giró. Estaba sentada en la alfombra frente a la chimenea apagada. Permaneció quieta, en silencio. Con la espalda recta, la bata abierta sobre su camisón blanco, el cabello cepillado cayendo sobre sus hombros. Sus manos descansando sobre sus muslos, quietas. Sus labios se entreabrieron un instante, como si estuviera a punto de hablar. Pero se detuvo.

Solo entonces, tras unos segundos de espera, cuando él se detenía junto a la puerta, Serenna murmuró, aún sin girarse:

—¿Fue verdad… o lo soñé?

Starter para: [THEH0UND] La noche había pasado como todas las demás. Ella se quedaba dormida y él se marchaba poco después, cuando se aseguraba de que ella dormía. Su cuerpo aprendió a desconectarse sin permiso, sólo para protegerse de sí misma. De su mente, de sus pensamientos, esos que la atosigaban desde que él había decidido aislarla de todo, de todos. Pero aquella mañana… algo había cambiado. Sandor le había hablado. Se incorporó lentamente en la cama, con el cabello desordenado cayéndole sobre los hombros, preguntándose si aquello había sido real. Si no fue producto de su imaginación, si no lo había soñado. Soñar con él. Qué locura, ¿verdad? Y si… ¿había imaginado su voz? ¿Y si… no había sido real? ¿Y si… había sido todo fruto de su desesperación? Los días anteriores habían sido insoportables. No por el encierro en sí —había soportado cosas peores—, sino por no poder hablar con nadie. Por la forma en que él se mantenía erguido junto a la puerta, sin mirarla, sin reaccionar, sin ceder siquiera al mínimo gesto. Tywin le había prohibido hablarle. Pero Serenna sabía que el castigo no estaba solo en las palabras que él había prohibido. Estaba también en la obediencia de Sandor. En su silencio. En su espalda rígida. En el castigo de su presencia, como si tan solo fuera una sombra, producto de su imaginación. ¿Lo había hecho por compasión? No. Sandor Clegane no era un hombre compasivo. No con ella. No con nadie. ¿Entonces por qué? Se llevó una mano al pecho, apenas rozando el colgante de oro en forma de león que Tywin Lannister le había regalado años atrás. La madera del suelo crujió con un sonido tenue. Las primeras pisadas del día. Serenna no se movió. Él llegaba siempre a la misma hora. Abría la puerta, cruzaba el umbral y se colocaba junto al marco. No decía nada, ni siquiera la miraba. El pomo giró. Serenna no se giró. Estaba sentada en la alfombra frente a la chimenea apagada. Permaneció quieta, en silencio. Con la espalda recta, la bata abierta sobre su camisón blanco, el cabello cepillado cayendo sobre sus hombros. Sus manos descansando sobre sus muslos, quietas. Sus labios se entreabrieron un instante, como si estuviera a punto de hablar. Pero se detuvo. Solo entonces, tras unos segundos de espera, cuando él se detenía junto a la puerta, Serenna murmuró, aún sin girarse: —¿Fue verdad… o lo soñé?
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