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** “Donde la luna no brilla”**

La noche estaba tan silenciosa que el tic tac del viejo reloj en la pared parecía un latido ajeno, prestado de algún corazón que ya no existía. Luna dormitaba, atrapada en un sueño que no había pedido, pero que la encontraba una y otra vez.

Todo comenzó con un susurro.
Un eco familiar, profundo, que parecía pronunciar su nombre:
—Luna…

La voz era cálida, casi viva. El aire alrededor se volvió espeso, y cuando abrió los ojos dentro del sueño, estaba de pie en un bosque que jamás había visto, pero que se sentía inquietantemente conocido. La luna, su eterna compañera, no estaba en el cielo; en su lugar, una neblina espesa devoraba cualquier rastro de luz.

Y allí, entre los árboles deformes, lo vio.
Eidan.
El hombre al que amó, el que le arrancaron sin piedad de las manos, estaba de pie, esperándola. Sus facciones eran las mismas, pero había algo extraño… sus ojos parecían más oscuros, y su sonrisa estaba manchada de tristeza.

—Sabía que vendrías —dijo, y el sonido de su voz le atravesó como un cuchillo.

Ella corrió hacia él, con las lágrimas punzando sus ojos, pero con cada paso el suelo se volvía más blando, como si caminara sobre agua negra que intentaba tragársela. Aun así, siguió avanzando.

Cuando finalmente estuvo cerca, él extendió su mano. Era fría, más de lo que un cuerpo vivo debería estar, pero Luna no soltó su agarre. Su corazón temblaba.
—Eidan… ¿por qué? ¿Por qué me dejaste? —su voz se quebró.

Él bajó la mirada.
—No quise dejarte… pero aquí no hay caminos de regreso.

Luna sintió que el viento helado le arrebataba el aliento. El bosque empezó a cambiar: los árboles se retorcían, sus ramas se convertían en manos huesudas que intentaban alcanzarlos, y el cielo se tornaba de un rojo opaco.
Eidan la miró, y en sus ojos vio destellos de los momentos que habían compartido: la primera vez que la abrazó, las noches bajo la lluvia, su risa… y luego, el instante en que él cayó, cubierto de sangre.

—No… no quiero volver a verlo —susurró ella, apretando los párpados.

Pero el sueño era cruel. La escena de su muerte se repitió frente a ella como si fuera la primera vez: el grito, el disparo, la mirada final. Eidan, arrodillado, con las manos temblando antes de desplomarse.

Cuando volvió a abrir los ojos, él estaba deshaciéndose. Su piel se quebraba como vidrio roto, y trozos de su ser se convertían en polvo que el viento arrastraba.
—¡No! ¡No me dejes otra vez! —Luna gritó, desesperada, intentando abrazarlo, pero sus brazos atravesaron su cuerpo como si fuera humo.

Eidan le sonrió una última vez.
—Cuida tu corazón, Luna… o terminarás aquí conmigo.

El bosque entero se vino abajo, y ella cayó en un vacío sin fin, ahogándose en su propio llanto. Despertó de golpe, con el pecho ardiendo y las lágrimas empapando la almohada. La oscuridad de su habitación parecía más fría que nunca… y en el silencio, aún juraría escuchar su voz susurrando su nombre.

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--- **🌙 “Donde la luna no brilla”** La noche estaba tan silenciosa que el tic tac del viejo reloj en la pared parecía un latido ajeno, prestado de algún corazón que ya no existía. Luna dormitaba, atrapada en un sueño que no había pedido, pero que la encontraba una y otra vez. Todo comenzó con un susurro. Un eco familiar, profundo, que parecía pronunciar su nombre: —Luna… La voz era cálida, casi viva. El aire alrededor se volvió espeso, y cuando abrió los ojos dentro del sueño, estaba de pie en un bosque que jamás había visto, pero que se sentía inquietantemente conocido. La luna, su eterna compañera, no estaba en el cielo; en su lugar, una neblina espesa devoraba cualquier rastro de luz. Y allí, entre los árboles deformes, lo vio. Eidan. El hombre al que amó, el que le arrancaron sin piedad de las manos, estaba de pie, esperándola. Sus facciones eran las mismas, pero había algo extraño… sus ojos parecían más oscuros, y su sonrisa estaba manchada de tristeza. —Sabía que vendrías —dijo, y el sonido de su voz le atravesó como un cuchillo. Ella corrió hacia él, con las lágrimas punzando sus ojos, pero con cada paso el suelo se volvía más blando, como si caminara sobre agua negra que intentaba tragársela. Aun así, siguió avanzando. Cuando finalmente estuvo cerca, él extendió su mano. Era fría, más de lo que un cuerpo vivo debería estar, pero Luna no soltó su agarre. Su corazón temblaba. —Eidan… ¿por qué? ¿Por qué me dejaste? —su voz se quebró. Él bajó la mirada. —No quise dejarte… pero aquí no hay caminos de regreso. Luna sintió que el viento helado le arrebataba el aliento. El bosque empezó a cambiar: los árboles se retorcían, sus ramas se convertían en manos huesudas que intentaban alcanzarlos, y el cielo se tornaba de un rojo opaco. Eidan la miró, y en sus ojos vio destellos de los momentos que habían compartido: la primera vez que la abrazó, las noches bajo la lluvia, su risa… y luego, el instante en que él cayó, cubierto de sangre. —No… no quiero volver a verlo —susurró ella, apretando los párpados. Pero el sueño era cruel. La escena de su muerte se repitió frente a ella como si fuera la primera vez: el grito, el disparo, la mirada final. Eidan, arrodillado, con las manos temblando antes de desplomarse. Cuando volvió a abrir los ojos, él estaba deshaciéndose. Su piel se quebraba como vidrio roto, y trozos de su ser se convertían en polvo que el viento arrastraba. —¡No! ¡No me dejes otra vez! —Luna gritó, desesperada, intentando abrazarlo, pero sus brazos atravesaron su cuerpo como si fuera humo. Eidan le sonrió una última vez. —Cuida tu corazón, Luna… o terminarás aquí conmigo. El bosque entero se vino abajo, y ella cayó en un vacío sin fin, ahogándose en su propio llanto. Despertó de golpe, con el pecho ardiendo y las lágrimas empapando la almohada. La oscuridad de su habitación parecía más fría que nunca… y en el silencio, aún juraría escuchar su voz susurrando su nombre. ---
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