La azotea estaba silenciosa salvo por el zumbido lejano de la ciudad. Isla Rowan apoyó el rifle de precisión contra la barandilla oxidada, ajustando la mira con calma quirúrgica. El viento frío le movía el cabello castaño, pero sus ojos seguían fijos en el objetivo al otro lado de la calle.

—Sabes que podríamos haber entrado por la puerta como personas normales, ¿no? —susurró a través del auricular su contacto, escondido en la planta baja.

Isla sonrió apenas.
—¿Y perderme el espectáculo? Ni loca.

El reloj marcó las 23:00. Justo entonces, la puerta del edificio de enfrente se abrió y el objetivo apareció, rodeado de dos guardaespaldas. Isla no titubeó: respiró hondo, ajustó el ángulo y disparó. Un sonido seco, un cuerpo cayendo, y el caos se desató abajo.

—¿Un tiro, una baja? —preguntó la voz por radio, mezclando sorpresa con nerviosismo.
—¿Esperabas que gastara dos balas? —respondió ella, ya desmontando el rifle con una tranquilidad escalofriante.

Mientras descendía por la escalera de incendios, la alarma de la calle llenaba la noche de gritos y luces rojas. Isla se ajustó la chaqueta negra, cruzó la avenida entre el tráfico como si nada y desapareció antes de que llegara la policía.

—Trabajo limpio, Rowan —dijo su contacto cuando se reunieron en un callejón lateral.
—Trabajo pagado, querrás decir —replicó ella con una media sonrisa, lanzándole el maletín.

Nadie en esa calle se fijó en la mujer castaña que pasó caminando, con las manos en los bolsillos y un brillo letal en la mirada.
La azotea estaba silenciosa salvo por el zumbido lejano de la ciudad. Isla Rowan apoyó el rifle de precisión contra la barandilla oxidada, ajustando la mira con calma quirúrgica. El viento frío le movía el cabello castaño, pero sus ojos seguían fijos en el objetivo al otro lado de la calle. —Sabes que podríamos haber entrado por la puerta como personas normales, ¿no? —susurró a través del auricular su contacto, escondido en la planta baja. Isla sonrió apenas. —¿Y perderme el espectáculo? Ni loca. El reloj marcó las 23:00. Justo entonces, la puerta del edificio de enfrente se abrió y el objetivo apareció, rodeado de dos guardaespaldas. Isla no titubeó: respiró hondo, ajustó el ángulo y disparó. Un sonido seco, un cuerpo cayendo, y el caos se desató abajo. —¿Un tiro, una baja? —preguntó la voz por radio, mezclando sorpresa con nerviosismo. —¿Esperabas que gastara dos balas? —respondió ella, ya desmontando el rifle con una tranquilidad escalofriante. Mientras descendía por la escalera de incendios, la alarma de la calle llenaba la noche de gritos y luces rojas. Isla se ajustó la chaqueta negra, cruzó la avenida entre el tráfico como si nada y desapareció antes de que llegara la policía. —Trabajo limpio, Rowan —dijo su contacto cuando se reunieron en un callejón lateral. —Trabajo pagado, querrás decir —replicó ella con una media sonrisa, lanzándole el maletín. Nadie en esa calle se fijó en la mujer castaña que pasó caminando, con las manos en los bolsillos y un brillo letal en la mirada.
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