Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas.
—Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante.
La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella.
—Ese —lo señalé sin dudar.
La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí.
—¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa.
—Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera.
Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho.
Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder.
No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas.
—Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante.
La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella.
—Ese —lo señalé sin dudar.
La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí.
—¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa.
—Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera.
Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho.
Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder.
No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
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