ATLANTA — 2:47 A.M.
Los tacones de Naoki resonaban con autoridad en el mármol del aeropuerto, como si cada paso marcara su territorio otra vez. Atlanta había sobrevivido sin ella por una semana… apenas.
Apenas cruzó la terminal, el teléfono vibró por quinta vez. Mensajes, notificaciones, llamadas perdidas. Fans, prensa, haters, uno que otro ex que siempre la recordaba justo cuando brillaba. Típico.
Naoki no respondió. Solo levantó la mirada, gafas oscuras en pleno amanecer y una sonrisa torcida, como si el cansancio no le afectara, como si la gira con la WWE no le hubiera quitado el alma, el sueño y dos uñas postizas. Aún así, su aura estaba intacta. Impecable. Desafiante. Imantada.
—Mami’s home, —susurró para sí, dejando que las puertas automáticas se abrieran como si Atlanta fuera su amante esperándola con ansias.
Una chaqueta negra oversized caía de sus hombros dejando ver la camiseta ajustada con el logo desgastado de Motörhead, combinada con un pantalón de cuero que claramente no era cómodo para volar, pero quién demonios pensaba en comodidad cuando se era el espectáculo.
Sacó un cigarrillo sin prenderlo, solo por el gesto dramático de tenerlo entre los dedos mientras se acercaba al auto que ya la esperaba. El chofer apenas murmuró su nombre, y ella le respondió con un guiño ladino.
—Tranquilo, nadie se va a poner celoso —bromeó para sí, al subir.
Miró por la ventana mientras la ciudad pasaba, tan familiar como un ex que nunca se olvida. Recordó cada esquina, cada beso clandestino, cada pelea en el estacionamiento trasero de algún bar, cada promesa rota con sabor a tequila. Y sonrió.
Atlanta tenía algo que ninguna otra ciudad: su caos estaba hecho a la medida del ego de Naoki.
Sacó su teléfono, deslizó entre las notificaciones hasta abrir una conversación muy específica. No mandó texto. Solo una foto: su rostro cubierto por el celular en el baño.
Sin palabras. Solo presencia.
Naoki estaba de vuelta. Y eso, siempre traía consecuencias.
Los tacones de Naoki resonaban con autoridad en el mármol del aeropuerto, como si cada paso marcara su territorio otra vez. Atlanta había sobrevivido sin ella por una semana… apenas.
Apenas cruzó la terminal, el teléfono vibró por quinta vez. Mensajes, notificaciones, llamadas perdidas. Fans, prensa, haters, uno que otro ex que siempre la recordaba justo cuando brillaba. Típico.
Naoki no respondió. Solo levantó la mirada, gafas oscuras en pleno amanecer y una sonrisa torcida, como si el cansancio no le afectara, como si la gira con la WWE no le hubiera quitado el alma, el sueño y dos uñas postizas. Aún así, su aura estaba intacta. Impecable. Desafiante. Imantada.
—Mami’s home, —susurró para sí, dejando que las puertas automáticas se abrieran como si Atlanta fuera su amante esperándola con ansias.
Una chaqueta negra oversized caía de sus hombros dejando ver la camiseta ajustada con el logo desgastado de Motörhead, combinada con un pantalón de cuero que claramente no era cómodo para volar, pero quién demonios pensaba en comodidad cuando se era el espectáculo.
Sacó un cigarrillo sin prenderlo, solo por el gesto dramático de tenerlo entre los dedos mientras se acercaba al auto que ya la esperaba. El chofer apenas murmuró su nombre, y ella le respondió con un guiño ladino.
—Tranquilo, nadie se va a poner celoso —bromeó para sí, al subir.
Miró por la ventana mientras la ciudad pasaba, tan familiar como un ex que nunca se olvida. Recordó cada esquina, cada beso clandestino, cada pelea en el estacionamiento trasero de algún bar, cada promesa rota con sabor a tequila. Y sonrió.
Atlanta tenía algo que ninguna otra ciudad: su caos estaba hecho a la medida del ego de Naoki.
Sacó su teléfono, deslizó entre las notificaciones hasta abrir una conversación muy específica. No mandó texto. Solo una foto: su rostro cubierto por el celular en el baño.
Sin palabras. Solo presencia.
Naoki estaba de vuelta. Y eso, siempre traía consecuencias.
ATLANTA — 2:47 A.M.
Los tacones de Naoki resonaban con autoridad en el mármol del aeropuerto, como si cada paso marcara su territorio otra vez. Atlanta había sobrevivido sin ella por una semana… apenas.
Apenas cruzó la terminal, el teléfono vibró por quinta vez. Mensajes, notificaciones, llamadas perdidas. Fans, prensa, haters, uno que otro ex que siempre la recordaba justo cuando brillaba. Típico.
Naoki no respondió. Solo levantó la mirada, gafas oscuras en pleno amanecer y una sonrisa torcida, como si el cansancio no le afectara, como si la gira con la WWE no le hubiera quitado el alma, el sueño y dos uñas postizas. Aún así, su aura estaba intacta. Impecable. Desafiante. Imantada.
—Mami’s home, —susurró para sí, dejando que las puertas automáticas se abrieran como si Atlanta fuera su amante esperándola con ansias.
Una chaqueta negra oversized caía de sus hombros dejando ver la camiseta ajustada con el logo desgastado de Motörhead, combinada con un pantalón de cuero que claramente no era cómodo para volar, pero quién demonios pensaba en comodidad cuando se era el espectáculo.
Sacó un cigarrillo sin prenderlo, solo por el gesto dramático de tenerlo entre los dedos mientras se acercaba al auto que ya la esperaba. El chofer apenas murmuró su nombre, y ella le respondió con un guiño ladino.
—Tranquilo, nadie se va a poner celoso —bromeó para sí, al subir.
Miró por la ventana mientras la ciudad pasaba, tan familiar como un ex que nunca se olvida. Recordó cada esquina, cada beso clandestino, cada pelea en el estacionamiento trasero de algún bar, cada promesa rota con sabor a tequila. Y sonrió.
Atlanta tenía algo que ninguna otra ciudad: su caos estaba hecho a la medida del ego de Naoki.
Sacó su teléfono, deslizó entre las notificaciones hasta abrir una conversación muy específica. No mandó texto. Solo una foto: su rostro cubierto por el celular en el baño.
Sin palabras. Solo presencia.
Naoki estaba de vuelta. Y eso, siempre traía consecuencias.
