Desde que dejé el equipo, no he vuelto a llevar un número a la espalda ni en el pecho. No he vuelto a correr con un motivo real, no he vuelto a alegrarme por ganar nada. Lo tengo todo y a la vez no me queda nada.
La adrenalina, los gritos desde la grada, el peso de la responsabilidad en cada jugada… todo eso se fue desvaneciendo como el eco de un sueño del que no quería despertar. Las victorias ya no saben igual cuando no hay nadie con quien celebrarlas, cuando los abrazos se han vuelto aplausos vacíos de desconocidos o recuerdos que solo viven en mi cabeza.
Intenté llenar el hueco con otras cosas. Rutinas, compromisos, logros nuevos que a ojos de cualquiera podrían parecer más grandes, más importantes. Pero ninguno lleva ese fuego, esa chispa, esa razón que me impulsaba a levantarme cada mañana con hambre de mejorar.
A veces me detengo y cierro los ojos, intentando recordar cómo era sentirme parte de algo más grande que yo. Pero ya no sé si lo echo de menos… o si simplemente ya no sé quién soy sin ello.
La adrenalina, los gritos desde la grada, el peso de la responsabilidad en cada jugada… todo eso se fue desvaneciendo como el eco de un sueño del que no quería despertar. Las victorias ya no saben igual cuando no hay nadie con quien celebrarlas, cuando los abrazos se han vuelto aplausos vacíos de desconocidos o recuerdos que solo viven en mi cabeza.
Intenté llenar el hueco con otras cosas. Rutinas, compromisos, logros nuevos que a ojos de cualquiera podrían parecer más grandes, más importantes. Pero ninguno lleva ese fuego, esa chispa, esa razón que me impulsaba a levantarme cada mañana con hambre de mejorar.
A veces me detengo y cierro los ojos, intentando recordar cómo era sentirme parte de algo más grande que yo. Pero ya no sé si lo echo de menos… o si simplemente ya no sé quién soy sin ello.
Desde que dejé el equipo, no he vuelto a llevar un número a la espalda ni en el pecho. No he vuelto a correr con un motivo real, no he vuelto a alegrarme por ganar nada. Lo tengo todo y a la vez no me queda nada.
La adrenalina, los gritos desde la grada, el peso de la responsabilidad en cada jugada… todo eso se fue desvaneciendo como el eco de un sueño del que no quería despertar. Las victorias ya no saben igual cuando no hay nadie con quien celebrarlas, cuando los abrazos se han vuelto aplausos vacíos de desconocidos o recuerdos que solo viven en mi cabeza.
Intenté llenar el hueco con otras cosas. Rutinas, compromisos, logros nuevos que a ojos de cualquiera podrían parecer más grandes, más importantes. Pero ninguno lleva ese fuego, esa chispa, esa razón que me impulsaba a levantarme cada mañana con hambre de mejorar.
A veces me detengo y cierro los ojos, intentando recordar cómo era sentirme parte de algo más grande que yo. Pero ya no sé si lo echo de menos… o si simplemente ya no sé quién soy sin ello.

