El sonido de los tacones resuena en el asfalto húmedo. Paso tras paso. Sin prisa, como si el tiempo no existiera.
Él no lo sabe aún.
El joven que me sigue, ebrio, idiota, convencido de que ha atrapado a una chica guapa para llevarse a casa.
—¿Seguro que vives por aquí? —pregunta él entre risas, tambaleándose.
Yo sonrío. No por simpatía, sino porque me divierte que piense que está en control.
Me detengo en seco, en medio del callejón. Él también. Yo giro la cabeza apenas, con esa calma mortal.
—¿Te has perdido? —digo con tono burlón.
Antes de que pueda contestar, ya estoy detrás de él. Ni siquiera vio cómo se movió. Solo siente el aliento helado en su cuello.
—Qué lástima… —susurro.
Lo estrello contra la pared con fuerza sobrenatural. El golpe le parte el labio, lo deja sin aire. Intenta gritar, pero no puede. Lo sujeto por la garganta, como si fuera un muñeco de trapo. Lo miro a los ojos, sin emoción. No hay rabia, ni pasión. Solo vacío.
—Antes esto me haría llorar. Afortunadamente las cosas cambiaron.
Sin más, hundo los colmillos en su cuello. La sangre brota caliente, potente, adictiva. Él se sacude, se retuerce, pero es inútil. Yo bebo sin remordimiento. Sin detenerme. Ni siquiera cuando el pulso comienza a debilitarse.
Cuando cae al suelo, ya es tarde. Me limpio los labios con el dorso de la mano. No hay culpa. Solo satisfacción.
Miro el cuerpo inerte unos segundos.
—No era personal —murmuro-. Simplemente tenía sed.
Y me marcho, como si no hubiera pasado nada.
Como si matar fuera tan natural como respirar.
Porque para mi, ahora, lo es.
Él no lo sabe aún.
El joven que me sigue, ebrio, idiota, convencido de que ha atrapado a una chica guapa para llevarse a casa.
—¿Seguro que vives por aquí? —pregunta él entre risas, tambaleándose.
Yo sonrío. No por simpatía, sino porque me divierte que piense que está en control.
Me detengo en seco, en medio del callejón. Él también. Yo giro la cabeza apenas, con esa calma mortal.
—¿Te has perdido? —digo con tono burlón.
Antes de que pueda contestar, ya estoy detrás de él. Ni siquiera vio cómo se movió. Solo siente el aliento helado en su cuello.
—Qué lástima… —susurro.
Lo estrello contra la pared con fuerza sobrenatural. El golpe le parte el labio, lo deja sin aire. Intenta gritar, pero no puede. Lo sujeto por la garganta, como si fuera un muñeco de trapo. Lo miro a los ojos, sin emoción. No hay rabia, ni pasión. Solo vacío.
—Antes esto me haría llorar. Afortunadamente las cosas cambiaron.
Sin más, hundo los colmillos en su cuello. La sangre brota caliente, potente, adictiva. Él se sacude, se retuerce, pero es inútil. Yo bebo sin remordimiento. Sin detenerme. Ni siquiera cuando el pulso comienza a debilitarse.
Cuando cae al suelo, ya es tarde. Me limpio los labios con el dorso de la mano. No hay culpa. Solo satisfacción.
Miro el cuerpo inerte unos segundos.
—No era personal —murmuro-. Simplemente tenía sed.
Y me marcho, como si no hubiera pasado nada.
Como si matar fuera tan natural como respirar.
Porque para mi, ahora, lo es.
El sonido de los tacones resuena en el asfalto húmedo. Paso tras paso. Sin prisa, como si el tiempo no existiera.
Él no lo sabe aún.
El joven que me sigue, ebrio, idiota, convencido de que ha atrapado a una chica guapa para llevarse a casa.
—¿Seguro que vives por aquí? —pregunta él entre risas, tambaleándose.
Yo sonrío. No por simpatía, sino porque me divierte que piense que está en control.
Me detengo en seco, en medio del callejón. Él también. Yo giro la cabeza apenas, con esa calma mortal.
—¿Te has perdido? —digo con tono burlón.
Antes de que pueda contestar, ya estoy detrás de él. Ni siquiera vio cómo se movió. Solo siente el aliento helado en su cuello.
—Qué lástima… —susurro.
Lo estrello contra la pared con fuerza sobrenatural. El golpe le parte el labio, lo deja sin aire. Intenta gritar, pero no puede. Lo sujeto por la garganta, como si fuera un muñeco de trapo. Lo miro a los ojos, sin emoción. No hay rabia, ni pasión. Solo vacío.
—Antes esto me haría llorar. Afortunadamente las cosas cambiaron.
Sin más, hundo los colmillos en su cuello. La sangre brota caliente, potente, adictiva. Él se sacude, se retuerce, pero es inútil. Yo bebo sin remordimiento. Sin detenerme. Ni siquiera cuando el pulso comienza a debilitarse.
Cuando cae al suelo, ya es tarde. Me limpio los labios con el dorso de la mano. No hay culpa. Solo satisfacción.
Miro el cuerpo inerte unos segundos.
—No era personal —murmuro-. Simplemente tenía sed.
Y me marcho, como si no hubiera pasado nada.
Como si matar fuera tan natural como respirar.
Porque para mi, ahora, lo es.

