“Hasta que las estrellas caigan”
Luna se quedó quieta en medio del estudio, con los dedos acariciando una caja pequeña de terciopelo blanco. Dentro, las dos argollas descansaban aún, como si el tiempo no hubiera podido marchitarlas.

"La derecha fue la suya..." —pensó, mientras su pulgar rozaba el metal templado con un temblor involuntario.

En su mente, todo regresó de golpe.

La terraza del salón flotaba sobre un lago de cristal. Las luces tenues colgaban como luciérnagas eternas, y las flores blancas parecían susurrar entre sí.
Elian le sostenía la mano por debajo de la mesa, justo como en la foto que aún guardaba.
Ella, vestida de marfil, con los hombros descubiertos y el corazón lleno.
Él, en traje oscuro, con los ojos encendidos solo para ella.

—“Luna,” —le había susurrado al oído, con una sonrisa cálida—
“si alguna vez me olvidas... prométeme que al menos recordarás cómo te temblaba el alma cuando dijiste ‘sí’.”

Y tembló.

Tembló cuando él la miró como si los dioses no importaran, como si la maldición no existiera. Tembló cuando sus tres caras dejaron de luchar entre sí, y por primera vez, fue solo una: la mujer enamorada.

Volvieron a su mesa, donde compartieron una cena sencilla, las manos entrelazadas bajo el mantel. Fue un instante fugaz, robado al universo.

Ahora, años después, Luna sentía esas mismas manos ausentes y tibias en la piel de su memoria. Su vestido dormía en el fondo de un armario. La copa que usó él aún estaba guardada, como una reliquia.
Y el juramento…
el juramento aún ardía en su pecho.

—“Hasta que las estrellas caigan...” —murmuró Luna al aire vacío—
—“...y aún así, te buscaré en cada sombra.”

Porque ese día, aunque breve, fue su eternidad.
“Hasta que las estrellas caigan” Luna se quedó quieta en medio del estudio, con los dedos acariciando una caja pequeña de terciopelo blanco. Dentro, las dos argollas descansaban aún, como si el tiempo no hubiera podido marchitarlas. "La derecha fue la suya..." —pensó, mientras su pulgar rozaba el metal templado con un temblor involuntario. En su mente, todo regresó de golpe. 🌸 La terraza del salón flotaba sobre un lago de cristal. Las luces tenues colgaban como luciérnagas eternas, y las flores blancas parecían susurrar entre sí. Elian le sostenía la mano por debajo de la mesa, justo como en la foto que aún guardaba. Ella, vestida de marfil, con los hombros descubiertos y el corazón lleno. Él, en traje oscuro, con los ojos encendidos solo para ella. —“Luna,” —le había susurrado al oído, con una sonrisa cálida— “si alguna vez me olvidas... prométeme que al menos recordarás cómo te temblaba el alma cuando dijiste ‘sí’.” Y tembló. Tembló cuando él la miró como si los dioses no importaran, como si la maldición no existiera. Tembló cuando sus tres caras dejaron de luchar entre sí, y por primera vez, fue solo una: la mujer enamorada. Volvieron a su mesa, donde compartieron una cena sencilla, las manos entrelazadas bajo el mantel. Fue un instante fugaz, robado al universo. Ahora, años después, Luna sentía esas mismas manos ausentes y tibias en la piel de su memoria. Su vestido dormía en el fondo de un armario. La copa que usó él aún estaba guardada, como una reliquia. Y el juramento… el juramento aún ardía en su pecho. —“Hasta que las estrellas caigan...” —murmuró Luna al aire vacío— —“...y aún así, te buscaré en cada sombra.” Porque ese día, aunque breve, fue su eternidad.
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