Apoyo la mochila entre las piernas y reviso por cuarta vez que tengo el pasaporte. No sé por qué, si lo metí anoche y no lo he sacado desde entonces. La fila avanza lento.
Respiro hondo. No porque esté nerviosa por volar, sino por lo que viene después.
Hace tres meses que no la veo. Dos semanas desde que no hablamos por videollamada. A veces no quiero verla tan apagada y no quiero que ella me vea tan cansada.
Mitsuru me dio el sobre en silencio, como si supiera que si decía algo, lo iba a rechazar aunque en realidad lo hice. No lloré delante de ella, pero apenas llegué a casa, me senté en el suelo y no pude moverme por un rato.
Han sido años de enviarle dinero y sentir que nunca es suficiente.
Avanza la fila. Me toca mostrar el DNI y el billete. El tipo del mostrador me saluda sin mirarme.
—¿Motivo del viaje?
—Visitar a mi madre —respondo, sin pensar.
Él asiente.
Paso el control, me calzo de nuevo, me cuelgo la cámara al cuello, aunque sé que esta vez probablemente no la use.
No voy a trabajar.
Voy a verla por fin.
Respiro hondo. No porque esté nerviosa por volar, sino por lo que viene después.
Hace tres meses que no la veo. Dos semanas desde que no hablamos por videollamada. A veces no quiero verla tan apagada y no quiero que ella me vea tan cansada.
Mitsuru me dio el sobre en silencio, como si supiera que si decía algo, lo iba a rechazar aunque en realidad lo hice. No lloré delante de ella, pero apenas llegué a casa, me senté en el suelo y no pude moverme por un rato.
Han sido años de enviarle dinero y sentir que nunca es suficiente.
Avanza la fila. Me toca mostrar el DNI y el billete. El tipo del mostrador me saluda sin mirarme.
—¿Motivo del viaje?
—Visitar a mi madre —respondo, sin pensar.
Él asiente.
Paso el control, me calzo de nuevo, me cuelgo la cámara al cuello, aunque sé que esta vez probablemente no la use.
No voy a trabajar.
Voy a verla por fin.
Apoyo la mochila entre las piernas y reviso por cuarta vez que tengo el pasaporte. No sé por qué, si lo metí anoche y no lo he sacado desde entonces. La fila avanza lento.
Respiro hondo. No porque esté nerviosa por volar, sino por lo que viene después.
Hace tres meses que no la veo. Dos semanas desde que no hablamos por videollamada. A veces no quiero verla tan apagada y no quiero que ella me vea tan cansada.
Mitsuru me dio el sobre en silencio, como si supiera que si decía algo, lo iba a rechazar aunque en realidad lo hice. No lloré delante de ella, pero apenas llegué a casa, me senté en el suelo y no pude moverme por un rato.
Han sido años de enviarle dinero y sentir que nunca es suficiente.
Avanza la fila. Me toca mostrar el DNI y el billete. El tipo del mostrador me saluda sin mirarme.
—¿Motivo del viaje?
—Visitar a mi madre —respondo, sin pensar.
Él asiente.
Paso el control, me calzo de nuevo, me cuelgo la cámara al cuello, aunque sé que esta vez probablemente no la use.
No voy a trabajar.
Voy a verla por fin.
