Angela me dejó frente al portal hace media hora. Iba a tomar café con su amiga. Tiempo justo para que yo viniera a buscar unos papeles, ropa, la Glock con silenciador y poco más. También coger a Lunetta

Entro como siempre, viendo todo en orden. Cierro la puerta, dejo el abrigo en el perchero, me recojo el pelo en una coleta rápida y voy directo al dormitorio. Saco la caja de munición de la estantería y la meto en la bolsa negra. Me agacho para buscar la pistola detrás del doble fondo de la cómoda.

Y entonces escucho el sonido. Una respiración.

Me congelo y me levanto despacio girándome. Lo veo.

Está en el pasillo.
Apoyado en la pared como si fuera su puta casa.

Mi padre.

Más delgado, con la barba sucia, los ojos más hundidos, pero igual.
La misma mirada.

—¿No vas a saludar, bambina?

No digo nada ni me muevo. Él da un paso. Yo otro hacia atrás.

—Te tomaste tu tiempo —escupo.
—Tú también —dice él—. Doce años es mucho, ¿no crees?

—Te lo merecías.

Sonríe. Esa sonrisa ladeada que me dan ganas de borrarle de un puñetazo.

—Me entregaste. A los doce. ¿Te acuerdas?
—No me olvido de lo que hice bien.

Él asiente despacio. Se saca un cuchillo pequeño del bolsillo del abrigo.

—No vengo a matarte aún. Solo quería que supieras que estoy de vuelta.
—Te metiste solo en ese agujero. Yo solo abrí la puerta.

—Y ahora te la vengo a cerrar —dice.

Se me lanza encima antes de que reaccione. Me cubro el costado pero el cuchillo me roza por debajo de la costilla izquierda. No es profundo, pero me quema al instante. Me echo hacia atrás, le doy una patada en la rodilla, lo desestabilizo, cojo la lámpara de la mesita y se la estampo en la cabeza. No lo dejo caer. Le clavo la rodilla en el pecho y él se ríe con la sangre en los labios.

—Esto es solo el principio.

Se levanta como puede. Cojea, pero sale por la ventana de la cocina. La dejó semiabierta, el muy desgraciado.

Respiro agitada. Me miro la camiseta. Rota y manchada de rojo.
La herida no es grave, pero sangra. Me limpio como puedo vendándome el torso y me pongo una camisa nueva encima. Todo limpio.

Pienso en llamar a Angela. No sé si debería contárselo, así que espero a que acabe y me recoja. Ya decidiré si se lo digo o no.
Angela me dejó frente al portal hace media hora. Iba a tomar café con su amiga. Tiempo justo para que yo viniera a buscar unos papeles, ropa, la Glock con silenciador y poco más. También coger a Lunetta Entro como siempre, viendo todo en orden. Cierro la puerta, dejo el abrigo en el perchero, me recojo el pelo en una coleta rápida y voy directo al dormitorio. Saco la caja de munición de la estantería y la meto en la bolsa negra. Me agacho para buscar la pistola detrás del doble fondo de la cómoda. Y entonces escucho el sonido. Una respiración. Me congelo y me levanto despacio girándome. Lo veo. Está en el pasillo. Apoyado en la pared como si fuera su puta casa. Mi padre. Más delgado, con la barba sucia, los ojos más hundidos, pero igual. La misma mirada. —¿No vas a saludar, bambina? No digo nada ni me muevo. Él da un paso. Yo otro hacia atrás. —Te tomaste tu tiempo —escupo. —Tú también —dice él—. Doce años es mucho, ¿no crees? —Te lo merecías. Sonríe. Esa sonrisa ladeada que me dan ganas de borrarle de un puñetazo. —Me entregaste. A los doce. ¿Te acuerdas? —No me olvido de lo que hice bien. Él asiente despacio. Se saca un cuchillo pequeño del bolsillo del abrigo. —No vengo a matarte aún. Solo quería que supieras que estoy de vuelta. —Te metiste solo en ese agujero. Yo solo abrí la puerta. —Y ahora te la vengo a cerrar —dice. Se me lanza encima antes de que reaccione. Me cubro el costado pero el cuchillo me roza por debajo de la costilla izquierda. No es profundo, pero me quema al instante. Me echo hacia atrás, le doy una patada en la rodilla, lo desestabilizo, cojo la lámpara de la mesita y se la estampo en la cabeza. No lo dejo caer. Le clavo la rodilla en el pecho y él se ríe con la sangre en los labios. —Esto es solo el principio. Se levanta como puede. Cojea, pero sale por la ventana de la cocina. La dejó semiabierta, el muy desgraciado. Respiro agitada. Me miro la camiseta. Rota y manchada de rojo. La herida no es grave, pero sangra. Me limpio como puedo vendándome el torso y me pongo una camisa nueva encima. Todo limpio. Pienso en llamar a Angela. No sé si debería contárselo, así que espero a que acabe y me recoja. Ya decidiré si se lo digo o no.
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