Noche. En una carretera desierta, junto al auto de Andrés.
El motor apagado, las luces encendidas.
El mundo entero, detenido.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Andrés con la respiración agitada, sus manos firmes en su cintura.

Luna no respondió. Lo miró a los ojos con la intensidad de quien ya no quiere pensar, de quien solo quiere sentir. Con los labios temblorosos, se aferró a su camiseta, lo atrajo hacia sí y le susurró:

—De lo único que estoy segura... es de ti.

La noche era cálida, pero lo que ardía era otra cosa.
Él la alzó con la urgencia de quien tiene miedo de perderla otra vez, como si su piel pudiera ser un ancla para ese torbellino que ambos eran.
Ella envolvió sus piernas alrededor de él, sobre el capó del auto, y el mundo se volvió humo y luna llena.

No era amor sano.
No era perfecto.
Pero era real.

Y por una vez, en medio del caos de sus vidas, se sintieron completos.
Noche. En una carretera desierta, junto al auto de Andrés. El motor apagado, las luces encendidas. El mundo entero, detenido. —¿Estás segura de esto? —preguntó Andrés con la respiración agitada, sus manos firmes en su cintura. Luna no respondió. Lo miró a los ojos con la intensidad de quien ya no quiere pensar, de quien solo quiere sentir. Con los labios temblorosos, se aferró a su camiseta, lo atrajo hacia sí y le susurró: —De lo único que estoy segura... es de ti. La noche era cálida, pero lo que ardía era otra cosa. Él la alzó con la urgencia de quien tiene miedo de perderla otra vez, como si su piel pudiera ser un ancla para ese torbellino que ambos eran. Ella envolvió sus piernas alrededor de él, sobre el capó del auto, y el mundo se volvió humo y luna llena. No era amor sano. No era perfecto. Pero era real. Y por una vez, en medio del caos de sus vidas, se sintieron completos.
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