Mi novia se había ido en la mañana como siempre, y ya sentía como la casa sin ella se hacía eterno, así que decidi salir a dar una vuelta en mi moto.
La arranqué, no tenía rumbo, así que paseé y me detuve en el puerto solo para ver el mar un rato.
Pero me aburrí. Como siempre que no estoy con ella.
Tomé el camino de vuelta sin prisa, sentí el aire en la cara mientras pensaba en qué canción nueva escribir.
Y entonces, de pronto, el neumático trasero perdió el agarre justo en una curva suave. Sentí el derrape, el peso, el choque. Todo se volvió ruido y golpe y metal raspando calle.
Después, silencio.
Me quedé boca arriba, con la respiración atascada y el casco girado a medias. Me dolía el brazo izquierdo. Me ardía la frente. Sentí algo caliente bajar por mi ceja.
Me quité el casco a duras penas. Las manos me temblaban.
—Joder… —susurré, sintiendo el sabor metálico en la boca.
Me llevé la mano a la frente. Sangre. No mucha, pero lo suficiente para asustarme. Toqué el bolsillo interior de la chaqueta. El móvil. No estaba. Lo busqué a tientas en el suelo. Me arrastré sobre un codo, jadeando.
—Vamos… vamos, por favor…
Lo vi brillar a un par de metros. Agrietado. Sucio. Pero encendido. Lo alcancé, deslizándome con la palma raspada.
Abrí la pantalla. La vista me fallaba. Pero el contacto de ella estaba allí, el primero.
Lo apreté. Una vez. Dos.
—Por favor, contesta… por favor…
Sentía los dedos helados. El zumbido del dolor llegándome en oleadas.
—Solo… contesta.
Aunque fuera para oír su voz antes de desmayarme.
Aurora Cupper
La arranqué, no tenía rumbo, así que paseé y me detuve en el puerto solo para ver el mar un rato.
Pero me aburrí. Como siempre que no estoy con ella.
Tomé el camino de vuelta sin prisa, sentí el aire en la cara mientras pensaba en qué canción nueva escribir.
Y entonces, de pronto, el neumático trasero perdió el agarre justo en una curva suave. Sentí el derrape, el peso, el choque. Todo se volvió ruido y golpe y metal raspando calle.
Después, silencio.
Me quedé boca arriba, con la respiración atascada y el casco girado a medias. Me dolía el brazo izquierdo. Me ardía la frente. Sentí algo caliente bajar por mi ceja.
Me quité el casco a duras penas. Las manos me temblaban.
—Joder… —susurré, sintiendo el sabor metálico en la boca.
Me llevé la mano a la frente. Sangre. No mucha, pero lo suficiente para asustarme. Toqué el bolsillo interior de la chaqueta. El móvil. No estaba. Lo busqué a tientas en el suelo. Me arrastré sobre un codo, jadeando.
—Vamos… vamos, por favor…
Lo vi brillar a un par de metros. Agrietado. Sucio. Pero encendido. Lo alcancé, deslizándome con la palma raspada.
Abrí la pantalla. La vista me fallaba. Pero el contacto de ella estaba allí, el primero.
Lo apreté. Una vez. Dos.
—Por favor, contesta… por favor…
Sentía los dedos helados. El zumbido del dolor llegándome en oleadas.
—Solo… contesta.
Aunque fuera para oír su voz antes de desmayarme.
Aurora Cupper
Mi novia se había ido en la mañana como siempre, y ya sentía como la casa sin ella se hacía eterno, así que decidi salir a dar una vuelta en mi moto.
La arranqué, no tenía rumbo, así que paseé y me detuve en el puerto solo para ver el mar un rato.
Pero me aburrí. Como siempre que no estoy con ella.
Tomé el camino de vuelta sin prisa, sentí el aire en la cara mientras pensaba en qué canción nueva escribir.
Y entonces, de pronto, el neumático trasero perdió el agarre justo en una curva suave. Sentí el derrape, el peso, el choque. Todo se volvió ruido y golpe y metal raspando calle.
Después, silencio.
Me quedé boca arriba, con la respiración atascada y el casco girado a medias. Me dolía el brazo izquierdo. Me ardía la frente. Sentí algo caliente bajar por mi ceja.
Me quité el casco a duras penas. Las manos me temblaban.
—Joder… —susurré, sintiendo el sabor metálico en la boca.
Me llevé la mano a la frente. Sangre. No mucha, pero lo suficiente para asustarme. Toqué el bolsillo interior de la chaqueta. El móvil. No estaba. Lo busqué a tientas en el suelo. Me arrastré sobre un codo, jadeando.
—Vamos… vamos, por favor…
Lo vi brillar a un par de metros. Agrietado. Sucio. Pero encendido. Lo alcancé, deslizándome con la palma raspada.
Abrí la pantalla. La vista me fallaba. Pero el contacto de ella estaba allí, el primero.
Lo apreté. Una vez. Dos.
—Por favor, contesta… por favor…
Sentía los dedos helados. El zumbido del dolor llegándome en oleadas.
—Solo… contesta.
Aunque fuera para oír su voz antes de desmayarme.
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