Me despierto con la alarma vibrando en el reloj, no en el móvil.
Cuatro horas de sueño. Suficiente.
El café ya está cargado en la cafetera italiana. Me visto sin pensarlo: pantalón negro, camiseta ajustada, chaqueta de cuero. Cojo la mochila, reviso mentalmente el equipo.
Glock 19 con silenciador.
Cuchillo táctico en la bota derecha.
Documento falso.
Guantes.
El objetivo entra cada mañana a la misma hora en la misma cafetería. Se sienta solo, pide un espresso doble y hojea el periódico aunque no lo lea.
Camino hasta allí como cualquier otra mujer de veintitantos, con paso firme, paso por la puerta, saludo al camarero con una inclinación de cabeza y me siento en la mesa del fondo. Desde ahí veo todo. Dos salidas, tres cámaras. Una bloqueada. Una ciega. Una visible. Tomo nota, aunque ya las había estudiado la noche anterior.
El café llega. Saco un libro viejo, fingiendo que leo.
Poco después lo veo entrar.
Cara de empresario de mierda. Mira el móvil. No levanta la vista. Se sienta. Mis dedos se cierran en el gatillo oculto bajo la mesa, conectado a un arma silenciada escondida en un compartimento del bolso.
Miro. Apunto.
El sonido es mínimo. Un chasquido seco.
Impacto limpio en la yugular. Parece que se atraganta con el café. Nadie reacciona aún.
Cierro el libro. Me levanto. Salgo caminando tranquila. Como siempre.
Me subo a la moto sin quitarme el casco.
Trabajo hecho.
Y mientras desaparezco entre el tráfico, pienso en que quizás esta noche, si todo va bien…
me fume un cigarro con alguien entre las piernas.
Cuatro horas de sueño. Suficiente.
El café ya está cargado en la cafetera italiana. Me visto sin pensarlo: pantalón negro, camiseta ajustada, chaqueta de cuero. Cojo la mochila, reviso mentalmente el equipo.
Glock 19 con silenciador.
Cuchillo táctico en la bota derecha.
Documento falso.
Guantes.
El objetivo entra cada mañana a la misma hora en la misma cafetería. Se sienta solo, pide un espresso doble y hojea el periódico aunque no lo lea.
Camino hasta allí como cualquier otra mujer de veintitantos, con paso firme, paso por la puerta, saludo al camarero con una inclinación de cabeza y me siento en la mesa del fondo. Desde ahí veo todo. Dos salidas, tres cámaras. Una bloqueada. Una ciega. Una visible. Tomo nota, aunque ya las había estudiado la noche anterior.
El café llega. Saco un libro viejo, fingiendo que leo.
Poco después lo veo entrar.
Cara de empresario de mierda. Mira el móvil. No levanta la vista. Se sienta. Mis dedos se cierran en el gatillo oculto bajo la mesa, conectado a un arma silenciada escondida en un compartimento del bolso.
Miro. Apunto.
El sonido es mínimo. Un chasquido seco.
Impacto limpio en la yugular. Parece que se atraganta con el café. Nadie reacciona aún.
Cierro el libro. Me levanto. Salgo caminando tranquila. Como siempre.
Me subo a la moto sin quitarme el casco.
Trabajo hecho.
Y mientras desaparezco entre el tráfico, pienso en que quizás esta noche, si todo va bien…
me fume un cigarro con alguien entre las piernas.
Me despierto con la alarma vibrando en el reloj, no en el móvil.
Cuatro horas de sueño. Suficiente.
El café ya está cargado en la cafetera italiana. Me visto sin pensarlo: pantalón negro, camiseta ajustada, chaqueta de cuero. Cojo la mochila, reviso mentalmente el equipo.
Glock 19 con silenciador.
Cuchillo táctico en la bota derecha.
Documento falso.
Guantes.
El objetivo entra cada mañana a la misma hora en la misma cafetería. Se sienta solo, pide un espresso doble y hojea el periódico aunque no lo lea.
Camino hasta allí como cualquier otra mujer de veintitantos, con paso firme, paso por la puerta, saludo al camarero con una inclinación de cabeza y me siento en la mesa del fondo. Desde ahí veo todo. Dos salidas, tres cámaras. Una bloqueada. Una ciega. Una visible. Tomo nota, aunque ya las había estudiado la noche anterior.
El café llega. Saco un libro viejo, fingiendo que leo.
Poco después lo veo entrar.
Cara de empresario de mierda. Mira el móvil. No levanta la vista. Se sienta. Mis dedos se cierran en el gatillo oculto bajo la mesa, conectado a un arma silenciada escondida en un compartimento del bolso.
Miro. Apunto.
El sonido es mínimo. Un chasquido seco.
Impacto limpio en la yugular. Parece que se atraganta con el café. Nadie reacciona aún.
Cierro el libro. Me levanto. Salgo caminando tranquila. Como siempre.
Me subo a la moto sin quitarme el casco.
Trabajo hecho.
Y mientras desaparezco entre el tráfico, pienso en que quizás esta noche, si todo va bien…
me fume un cigarro con alguien entre las piernas.

