- “Canciones para el invierno”
La ciudad estaba envuelta en nieve, como si alguien hubiese sacudido una bola de cristal. Las luces cálidas de los edificios dibujaban reflejos dorados en los charcos helados del asfalto. Y entre todo ese ajetreo congelado, caminaba Aria con su abrigo grueso, los audífonos cubriéndole las orejas, y una pequeña criatura sobre su cabeza: su gato blanco, Nimbus, el compañero perfecto de sus rutas sin destino.
No necesitaba un rumbo. Solo música.
Con cada paso, los copos de nieve parecían bailar a su alrededor, y los pensamientos se le mezclaban con la voz suave que salía de su lista de reproducción. Era una tarde más, sí, pero en su mente era una escena de película. Como siempre.
Cerró los ojos un segundo, inspiró el aire helado, y pensó en él.
Ese chico que solía encontrar en el café de la esquina. El que siempre tenía una libreta en las manos y un café frío en la otra. El que nunca dijo su nombre, pero le sonreía como si la conociera desde otra vida.
—“Tal vez mañana lo vuelva a ver…” —susurró, mientras Nimbus soltaba un pequeño maullido sobre su cabeza.
Y siguió caminando. Entre la nieve, la música y los sueños suspendidos.
La ciudad estaba envuelta en nieve, como si alguien hubiese sacudido una bola de cristal. Las luces cálidas de los edificios dibujaban reflejos dorados en los charcos helados del asfalto. Y entre todo ese ajetreo congelado, caminaba Aria con su abrigo grueso, los audífonos cubriéndole las orejas, y una pequeña criatura sobre su cabeza: su gato blanco, Nimbus, el compañero perfecto de sus rutas sin destino.
No necesitaba un rumbo. Solo música.
Con cada paso, los copos de nieve parecían bailar a su alrededor, y los pensamientos se le mezclaban con la voz suave que salía de su lista de reproducción. Era una tarde más, sí, pero en su mente era una escena de película. Como siempre.
Cerró los ojos un segundo, inspiró el aire helado, y pensó en él.
Ese chico que solía encontrar en el café de la esquina. El que siempre tenía una libreta en las manos y un café frío en la otra. El que nunca dijo su nombre, pero le sonreía como si la conociera desde otra vida.
—“Tal vez mañana lo vuelva a ver…” —susurró, mientras Nimbus soltaba un pequeño maullido sobre su cabeza.
Y siguió caminando. Entre la nieve, la música y los sueños suspendidos.
- “Canciones para el invierno”
La ciudad estaba envuelta en nieve, como si alguien hubiese sacudido una bola de cristal. Las luces cálidas de los edificios dibujaban reflejos dorados en los charcos helados del asfalto. Y entre todo ese ajetreo congelado, caminaba Aria con su abrigo grueso, los audífonos cubriéndole las orejas, y una pequeña criatura sobre su cabeza: su gato blanco, Nimbus, el compañero perfecto de sus rutas sin destino.
No necesitaba un rumbo. Solo música.
Con cada paso, los copos de nieve parecían bailar a su alrededor, y los pensamientos se le mezclaban con la voz suave que salía de su lista de reproducción. Era una tarde más, sí, pero en su mente era una escena de película. Como siempre.
Cerró los ojos un segundo, inspiró el aire helado, y pensó en él.
Ese chico que solía encontrar en el café de la esquina. El que siempre tenía una libreta en las manos y un café frío en la otra. El que nunca dijo su nombre, pero le sonreía como si la conociera desde otra vida.
—“Tal vez mañana lo vuelva a ver…” —susurró, mientras Nimbus soltaba un pequeño maullido sobre su cabeza.
Y siguió caminando. Entre la nieve, la música y los sueños suspendidos.
