No recuerdo cuándo fue la primera. Quizá fue aquella vez en el bosque de Breval, cuando aún creía que un escudo bastaba para detenerlo todo. O tal vez antes, cuando aún tenía casa y madre, y el miedo era solo una palabra, no una marca.
Las cicatrices no duelen, al menos no las viejas, pero algunas arden cuando pienso demasiado.
Cuando me quito la ropa y las luces de la mañana me tocan la espalda, entonces las siento respirar. Como si no fueran mías del todo, como si pertenecieran a todos los que ya no están.
Cada una tiene una historia, algunas breves, un corte por error, una caída, un entrenamiento torpe. Pero hay otras que no quiero recordar, las que no me hice con espada en mano, sino con el alma en silencio. Las que no cerraron con medicina, sino con el tiempo o con rabia.
La mayoría no entiende que este cuerpo está más remendado que construido. Que hay zonas que ya no sienten y hay noches en que despierto tocándome el pecho, buscando si alguna se ha abierto otra vez.
Las cicatrices no duelen, al menos no las viejas, pero algunas arden cuando pienso demasiado.
Cuando me quito la ropa y las luces de la mañana me tocan la espalda, entonces las siento respirar. Como si no fueran mías del todo, como si pertenecieran a todos los que ya no están.
Cada una tiene una historia, algunas breves, un corte por error, una caída, un entrenamiento torpe. Pero hay otras que no quiero recordar, las que no me hice con espada en mano, sino con el alma en silencio. Las que no cerraron con medicina, sino con el tiempo o con rabia.
La mayoría no entiende que este cuerpo está más remendado que construido. Que hay zonas que ya no sienten y hay noches en que despierto tocándome el pecho, buscando si alguna se ha abierto otra vez.
No recuerdo cuándo fue la primera. Quizá fue aquella vez en el bosque de Breval, cuando aún creía que un escudo bastaba para detenerlo todo. O tal vez antes, cuando aún tenía casa y madre, y el miedo era solo una palabra, no una marca.
Las cicatrices no duelen, al menos no las viejas, pero algunas arden cuando pienso demasiado.
Cuando me quito la ropa y las luces de la mañana me tocan la espalda, entonces las siento respirar. Como si no fueran mías del todo, como si pertenecieran a todos los que ya no están.
Cada una tiene una historia, algunas breves, un corte por error, una caída, un entrenamiento torpe. Pero hay otras que no quiero recordar, las que no me hice con espada en mano, sino con el alma en silencio. Las que no cerraron con medicina, sino con el tiempo o con rabia.
La mayoría no entiende que este cuerpo está más remendado que construido. Que hay zonas que ya no sienten y hay noches en que despierto tocándome el pecho, buscando si alguna se ha abierto otra vez.


