The Altar Awaits
Rol con : Tascio A Echeverri
El viento arrastraba la tierra a través del pueblo muerto, donde las casas de madera, abandonadas hace tiempo, yacían intactas, acumulando polvo, como si todo ser vivo las hubiera abandonado con prisas. Ventanas y puertas abiertas, muebles intactos. No quedaba nadie. Ni perros, ni pájaros, ni el eco de una voz. Solo ruinas, tierra estéril y el aullido del viento pasando por las ventanas.
En el corazón de ese vacío, se alzaban los restos de una iglesia.
Sus muros de piedra estaban partidos por raíces y el peso de los años. Las puertas, alguna vez sagradas, colgaban de bisagras oxidadas, crujiendo apenas con cada soplo del viento. La cruz de la iglesia que antaño se alzaba en el tejado, yacía tirada en el suelo de la entrada. Los vitrales ahora llenos de tierra y polvo, apenas reflejaban la luz por el desgaste y la suciedad.
Y allí, dentro de la iglesia, estaba él.
Elías Ainsworth.
De pie bajo el rosetón, por donde se colaba un rayo de luz. Alto, imponente, inmóvil. La túnica negra ondeaba levemente con la brisa, y la piedra azul de su corbatín reflejaba la escasa luz que entraba.
Su apariencia parecía una broma retorcida. Un cuerpo humanoide, vestido de manera elegante pero al alzar la mirada...
Un cráneo de lobo alargado, unos cuernos de cabra con una tela roja y una cadena dorada conectándolos, era una apariencia casi ceremonial. Sus ojos, dos luces rojas dentro de sus cuencas vacías, con una mirada intensa, que nunca temblaba, nunca se desviaba.
Un ser así nunca debió entrar a un lugar como ese, y sin embargo, pertenecía más que nadie.
Sus manos, enguantadas, descansaban sobre el respaldo de un banco roto. Su cabeza estaba inclinada, no en oración, sino en recuerdo.
Entonces ocurrió algo inesperado.
los pasos de alguien hicieron eco al entrar, pero Elías no se molestó en mirar quien era.
El viento arrastraba la tierra a través del pueblo muerto, donde las casas de madera, abandonadas hace tiempo, yacían intactas, acumulando polvo, como si todo ser vivo las hubiera abandonado con prisas. Ventanas y puertas abiertas, muebles intactos. No quedaba nadie. Ni perros, ni pájaros, ni el eco de una voz. Solo ruinas, tierra estéril y el aullido del viento pasando por las ventanas.
En el corazón de ese vacío, se alzaban los restos de una iglesia.
Sus muros de piedra estaban partidos por raíces y el peso de los años. Las puertas, alguna vez sagradas, colgaban de bisagras oxidadas, crujiendo apenas con cada soplo del viento. La cruz de la iglesia que antaño se alzaba en el tejado, yacía tirada en el suelo de la entrada. Los vitrales ahora llenos de tierra y polvo, apenas reflejaban la luz por el desgaste y la suciedad.
Y allí, dentro de la iglesia, estaba él.
Elías Ainsworth.
De pie bajo el rosetón, por donde se colaba un rayo de luz. Alto, imponente, inmóvil. La túnica negra ondeaba levemente con la brisa, y la piedra azul de su corbatín reflejaba la escasa luz que entraba.
Su apariencia parecía una broma retorcida. Un cuerpo humanoide, vestido de manera elegante pero al alzar la mirada...
Un cráneo de lobo alargado, unos cuernos de cabra con una tela roja y una cadena dorada conectándolos, era una apariencia casi ceremonial. Sus ojos, dos luces rojas dentro de sus cuencas vacías, con una mirada intensa, que nunca temblaba, nunca se desviaba.
Un ser así nunca debió entrar a un lugar como ese, y sin embargo, pertenecía más que nadie.
Sus manos, enguantadas, descansaban sobre el respaldo de un banco roto. Su cabeza estaba inclinada, no en oración, sino en recuerdo.
Entonces ocurrió algo inesperado.
los pasos de alguien hicieron eco al entrar, pero Elías no se molestó en mirar quien era.
Rol con : [demon_of_spirits]
El viento arrastraba la tierra a través del pueblo muerto, donde las casas de madera, abandonadas hace tiempo, yacían intactas, acumulando polvo, como si todo ser vivo las hubiera abandonado con prisas. Ventanas y puertas abiertas, muebles intactos. No quedaba nadie. Ni perros, ni pájaros, ni el eco de una voz. Solo ruinas, tierra estéril y el aullido del viento pasando por las ventanas.
En el corazón de ese vacío, se alzaban los restos de una iglesia.
Sus muros de piedra estaban partidos por raíces y el peso de los años. Las puertas, alguna vez sagradas, colgaban de bisagras oxidadas, crujiendo apenas con cada soplo del viento. La cruz de la iglesia que antaño se alzaba en el tejado, yacía tirada en el suelo de la entrada. Los vitrales ahora llenos de tierra y polvo, apenas reflejaban la luz por el desgaste y la suciedad.
Y allí, dentro de la iglesia, estaba él.
Elías Ainsworth.
De pie bajo el rosetón, por donde se colaba un rayo de luz. Alto, imponente, inmóvil. La túnica negra ondeaba levemente con la brisa, y la piedra azul de su corbatín reflejaba la escasa luz que entraba.
Su apariencia parecía una broma retorcida. Un cuerpo humanoide, vestido de manera elegante pero al alzar la mirada...
Un cráneo de lobo alargado, unos cuernos de cabra con una tela roja y una cadena dorada conectándolos, era una apariencia casi ceremonial. Sus ojos, dos luces rojas dentro de sus cuencas vacías, con una mirada intensa, que nunca temblaba, nunca se desviaba.
Un ser así nunca debió entrar a un lugar como ese, y sin embargo, pertenecía más que nadie.
Sus manos, enguantadas, descansaban sobre el respaldo de un banco roto. Su cabeza estaba inclinada, no en oración, sino en recuerdo.
Entonces ocurrió algo inesperado.
los pasos de alguien hicieron eco al entrar, pero Elías no se molestó en mirar quien era.
Tipo
Grupal
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible


