El sol de la tarde se filtraba entre las ramas de un árbol alto y nudoso, iluminando con calidez el parque tranquilo. Los niños jugaban, las hojas caían lentas, y el viento acariciaba el césped. De pronto, un llanto suave rompió la armonía.

—¡Mi gloooobo! —sollozaba una pequeña, mirando con los ojos llorosos hacia las alturas.

Un globo rojo vibraba suavemente entre las ramas más altas del árbol. Su hilo se había enredado en una rama delgada, muy por encima del alcance de cualquiera.

Entonces apareció él.

Caminando con paso sereno, las manos en los bolsillos de su chaqueta marrón de lana, **Kyu** se acercó observando la escena con calma. Su cabello largo y avellana se movía con el viento, y sus ojos ámbar brillaban con dulzura mientras miraba hacia arriba.

—¿Quieres que te lo baje? —preguntó con una sonrisa pequeña, agachándose frente a la niña.

Ella asintió con timidez, limpiándose las mejillas con las mangas.

Kyu se incorporó. Luego entrelazó sus manos suavemente frente a su boca… e inhaló.

Con un susurro casi inaudible, **exhaló una fina corriente de niebla plateada**, densa pero suave, que comenzó a elevarse con movimientos elegantes hacia las ramas del árbol. Como si tuviera vida propia, la niebla se extendió, serpenteando con precisión entre las hojas hasta envolver el hilo del globo con una ternura casi mágica.

La niña observaba con los ojos muy abiertos, maravillada.

—No te preocupes… mi niebla no muerde —dijo Kyu, sin dejar de mirar hacia arriba.

Con delicadeza, la niebla desenredó el globo y lo fue bajando poco a poco hasta que estuvo al alcance de la pequeña, quien lo recibió como si fuera un tesoro rescatado del cielo.

—¡Gracias, señor humo! —gritó feliz, sin saber su nombre.

Kyu soltó una risa breve, se inclinó y acarició su cabeza con cariño.

—De nada, pequeña saltamontes—susurró—. No dejes que se te escape otra vez, ¿sí?
El sol de la tarde se filtraba entre las ramas de un árbol alto y nudoso, iluminando con calidez el parque tranquilo. Los niños jugaban, las hojas caían lentas, y el viento acariciaba el césped. De pronto, un llanto suave rompió la armonía. —¡Mi gloooobo! —sollozaba una pequeña, mirando con los ojos llorosos hacia las alturas. Un globo rojo vibraba suavemente entre las ramas más altas del árbol. Su hilo se había enredado en una rama delgada, muy por encima del alcance de cualquiera. Entonces apareció él. Caminando con paso sereno, las manos en los bolsillos de su chaqueta marrón de lana, **Kyu** se acercó observando la escena con calma. Su cabello largo y avellana se movía con el viento, y sus ojos ámbar brillaban con dulzura mientras miraba hacia arriba. —¿Quieres que te lo baje? —preguntó con una sonrisa pequeña, agachándose frente a la niña. Ella asintió con timidez, limpiándose las mejillas con las mangas. Kyu se incorporó. Luego entrelazó sus manos suavemente frente a su boca… e inhaló. Con un susurro casi inaudible, **exhaló una fina corriente de niebla plateada**, densa pero suave, que comenzó a elevarse con movimientos elegantes hacia las ramas del árbol. Como si tuviera vida propia, la niebla se extendió, serpenteando con precisión entre las hojas hasta envolver el hilo del globo con una ternura casi mágica. La niña observaba con los ojos muy abiertos, maravillada. —No te preocupes… mi niebla no muerde —dijo Kyu, sin dejar de mirar hacia arriba. Con delicadeza, la niebla desenredó el globo y lo fue bajando poco a poco hasta que estuvo al alcance de la pequeña, quien lo recibió como si fuera un tesoro rescatado del cielo. —¡Gracias, señor humo! —gritó feliz, sin saber su nombre. Kyu soltó una risa breve, se inclinó y acarició su cabeza con cariño. —De nada, pequeña saltamontes—susurró—. No dejes que se te escape otra vez, ¿sí?
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