La mañana apenas despuntaba en la cima de aquella colina escondida, donde el viento traía consigo el murmullo de hojas y el cantar de aves lejanas. El maestro de Nen, un hombre de mirada aguda y sonrisa contenida, caminaba con paso rápido por el claro del bosque, donde solía encontrar al pequeño vagabundo cada amanecer… pero esta vez, habían pasado **dos días enteros** sin rastro de su alumno.
—¿Dónde te metiste, mocoso? —murmuró entre dientes, aunque la preocupación se notaba en cada paso tenso que daba.
Y entonces, como si el mundo hubiese esperado justo ese momento, escuchó una voz familiar:
—¡¡Maestroooo!! —gritó el pequeño vagabundo mientras corría cuesta abajo, chapoteando en los charcos y agitando algo en su mano con total orgullo—. ¡¡Mireeeeeeee!!
El hombre se giró, preparado para reprenderlo… hasta que lo vio.
El niño estaba cubierto de tierra, tenía una curita en la mejilla, y el dobladillo de su pantalón estaba roto. Pero aun así, **su sonrisa era más brillante que el sol filtrado entre los árboles**, y en su mano alzada… sostenía nada más y nada menos que **una licencia de cazador profesional**.
El maestro se quedó inmóvil unos segundos, como si sus ojos no pudieran creerlo.
—...¿Eso es… una...? —empezó a decir, pero el pequeño se le adelantó, levantándola aún más alto.
—¡Sí! ¡Me la dieron después de pasar un montón de pruebas locas y un bosque raro que hablaba! ¡Ah! ¡Y una sala que me quería comer! Pero al final me dejaron quedármela… ¡dijeron que ahora soy un “cazador profesional”! —declaró con orgullo, inflando el pecho.
El maestro soltó una risa entre incrédula y resignada, se acercó y le dio una leve palmada en la cabeza.
—Entonces ahora eres un cazador profesional, ¿eh, Kyu? —dijo, llamándolo por su nombre real, algo que no hacía muy seguido.
Kyu sonrió aún más, como si eso fuera un premio en sí mismo.
—¡Sí! ¿Eso significa que ahora puedo entrar a ruinas secretas y cazar monstruos peligrosos?
El maestro entrecerró los ojos y suspiró profundamente, cruzándose de brazos.
—Eso significa que estuviste en uno de los exámenes más peligrosos que existen y que **podrías haber muerto al menos diez veces sin darte cuenta**.
Kyu parpadeó.
—¿Oh? ¡Pero no lo hice! ¡Así que eso fue suerte, ¿verdad?! —rió alegremente.
El maestro bajó la cabeza y se cubrió la cara con una mano, entre frustración y orgullo.
—No… eso fue Nen. Y probablemente, una montaña de milagros.
Y mientras el pequeño bailaba en círculos celebrando su nueva profesión con total entusiasmo, el maestro no pudo evitar sonreír.
Porque aunque el mundo era brutal y difícil, **ese niño ingenuo, valiente y brillante… lo enfrentaba con una chispa que ningún Peligro podía apagar**.
—¿Dónde te metiste, mocoso? —murmuró entre dientes, aunque la preocupación se notaba en cada paso tenso que daba.
Y entonces, como si el mundo hubiese esperado justo ese momento, escuchó una voz familiar:
—¡¡Maestroooo!! —gritó el pequeño vagabundo mientras corría cuesta abajo, chapoteando en los charcos y agitando algo en su mano con total orgullo—. ¡¡Mireeeeeeee!!
El hombre se giró, preparado para reprenderlo… hasta que lo vio.
El niño estaba cubierto de tierra, tenía una curita en la mejilla, y el dobladillo de su pantalón estaba roto. Pero aun así, **su sonrisa era más brillante que el sol filtrado entre los árboles**, y en su mano alzada… sostenía nada más y nada menos que **una licencia de cazador profesional**.
El maestro se quedó inmóvil unos segundos, como si sus ojos no pudieran creerlo.
—...¿Eso es… una...? —empezó a decir, pero el pequeño se le adelantó, levantándola aún más alto.
—¡Sí! ¡Me la dieron después de pasar un montón de pruebas locas y un bosque raro que hablaba! ¡Ah! ¡Y una sala que me quería comer! Pero al final me dejaron quedármela… ¡dijeron que ahora soy un “cazador profesional”! —declaró con orgullo, inflando el pecho.
El maestro soltó una risa entre incrédula y resignada, se acercó y le dio una leve palmada en la cabeza.
—Entonces ahora eres un cazador profesional, ¿eh, Kyu? —dijo, llamándolo por su nombre real, algo que no hacía muy seguido.
Kyu sonrió aún más, como si eso fuera un premio en sí mismo.
—¡Sí! ¿Eso significa que ahora puedo entrar a ruinas secretas y cazar monstruos peligrosos?
El maestro entrecerró los ojos y suspiró profundamente, cruzándose de brazos.
—Eso significa que estuviste en uno de los exámenes más peligrosos que existen y que **podrías haber muerto al menos diez veces sin darte cuenta**.
Kyu parpadeó.
—¿Oh? ¡Pero no lo hice! ¡Así que eso fue suerte, ¿verdad?! —rió alegremente.
El maestro bajó la cabeza y se cubrió la cara con una mano, entre frustración y orgullo.
—No… eso fue Nen. Y probablemente, una montaña de milagros.
Y mientras el pequeño bailaba en círculos celebrando su nueva profesión con total entusiasmo, el maestro no pudo evitar sonreír.
Porque aunque el mundo era brutal y difícil, **ese niño ingenuo, valiente y brillante… lo enfrentaba con una chispa que ningún Peligro podía apagar**.
La mañana apenas despuntaba en la cima de aquella colina escondida, donde el viento traía consigo el murmullo de hojas y el cantar de aves lejanas. El maestro de Nen, un hombre de mirada aguda y sonrisa contenida, caminaba con paso rápido por el claro del bosque, donde solía encontrar al pequeño vagabundo cada amanecer… pero esta vez, habían pasado **dos días enteros** sin rastro de su alumno.
—¿Dónde te metiste, mocoso? —murmuró entre dientes, aunque la preocupación se notaba en cada paso tenso que daba.
Y entonces, como si el mundo hubiese esperado justo ese momento, escuchó una voz familiar:
—¡¡Maestroooo!! —gritó el pequeño vagabundo mientras corría cuesta abajo, chapoteando en los charcos y agitando algo en su mano con total orgullo—. ¡¡Mireeeeeeee!!
El hombre se giró, preparado para reprenderlo… hasta que lo vio.
El niño estaba cubierto de tierra, tenía una curita en la mejilla, y el dobladillo de su pantalón estaba roto. Pero aun así, **su sonrisa era más brillante que el sol filtrado entre los árboles**, y en su mano alzada… sostenía nada más y nada menos que **una licencia de cazador profesional**.
El maestro se quedó inmóvil unos segundos, como si sus ojos no pudieran creerlo.
—...¿Eso es… una...? —empezó a decir, pero el pequeño se le adelantó, levantándola aún más alto.
—¡Sí! ¡Me la dieron después de pasar un montón de pruebas locas y un bosque raro que hablaba! ¡Ah! ¡Y una sala que me quería comer! Pero al final me dejaron quedármela… ¡dijeron que ahora soy un “cazador profesional”! —declaró con orgullo, inflando el pecho.
El maestro soltó una risa entre incrédula y resignada, se acercó y le dio una leve palmada en la cabeza.
—Entonces ahora eres un cazador profesional, ¿eh, Kyu? —dijo, llamándolo por su nombre real, algo que no hacía muy seguido.
Kyu sonrió aún más, como si eso fuera un premio en sí mismo.
—¡Sí! ¿Eso significa que ahora puedo entrar a ruinas secretas y cazar monstruos peligrosos?
El maestro entrecerró los ojos y suspiró profundamente, cruzándose de brazos.
—Eso significa que estuviste en uno de los exámenes más peligrosos que existen y que **podrías haber muerto al menos diez veces sin darte cuenta**.
Kyu parpadeó.
—¿Oh? ¡Pero no lo hice! ¡Así que eso fue suerte, ¿verdad?! —rió alegremente.
El maestro bajó la cabeza y se cubrió la cara con una mano, entre frustración y orgullo.
—No… eso fue Nen. Y probablemente, una montaña de milagros.
Y mientras el pequeño bailaba en círculos celebrando su nueva profesión con total entusiasmo, el maestro no pudo evitar sonreír.
Porque aunque el mundo era brutal y difícil, **ese niño ingenuo, valiente y brillante… lo enfrentaba con una chispa que ningún Peligro podía apagar**.
