La sala de cine olía a mantequilla derretida, nostalgia y juventud. Las luces estaban bajas, la función apenas iba a empezar, y la proyección especial de películas de anime había logrado reunir un público curioso y selecto. Entre ellos, Lilith. Aunque nadie lo imaginaría.

Ella entró envuelta en un abrigo de lana crema, con un suéter delicado de encaje y una falda plisada color vino que besaba sus muslos con cada paso. Sus labios rojos estaban perfectamente delineados, su maquillaje intacto, y su perfume a cereza amarga llenaba el aire como un secreto prohibido. Había dicho que tenía "cosas que hacer", que no iría a la fiesta esa noche. Nadie sabía que "cosas" era ir sola al cine, a ver La tumba de las luciérnagas doblada al japonés con subtítulos.

Avanzó por la fila tres hasta llegar a su asiento. Pero antes de acomodarse, sus ojos—como si algo los guiara—se detuvieron en un chico dos asientos más allá. Lo reconoció. No por su rostro, sino por el pin de Totoro en su chaqueta y por la forma en que observaba la pantalla en negro, como si estuviera a punto de ver una constelación entera.

Lilith entrecerró los ojos. Lo conocía… de vista. Sam, el chico que sacaba buenas notas, que se sentaba en la tercera fila del salón de historia, que a veces murmuraba cosas sobre videojuegos o mitología japonesa cuando creía que nadie lo escuchaba.

Se sentó a su lado sin decir nada, cruzando las piernas con gracia letal, sus dedos jugueteando con una palomita de maíz entre sus uñas rojas.

— Vaya sorpresa… —susurró, con una sonrisa torcida que no sabía si era dulce o peligrosa—. Jamás pensé encontrarte en una función como esta.

Lo miró de reojo, sus pestañas largas proyectando sombras coquetas en su rostro perfecto. Su voz bajó un tono más, como un susurro que solo dos podían compartir.

— No te preocupes… yo tampoco debería estar aquí.

Le sostuvo la mirada apenas un segundo más. Luego se inclinó un poco hacia él, lo suficiente para que su perfume y su intención lo envolvieran.

— Escuchame bien, Ray. Esto —dijo, señalando con sutileza la pantalla— No sale de esta sala. Si alguien se entera de que la reina del colegio llora con películas de anime… bueno, vas a tener que mudarte de ciudad.

Pausa. Su sonrisa se suavizó. Un poco.

— Pero… Si te portás bien, tal vez te deje contarme cuál es tu escena favorita.

Y con eso, se recostó contra el asiento, mirando hacia el frente. Como si nada hubiera pasado. Como si no acabara de crear un lazo invisible entre ellos, sellado con voz baja, confianza fingida… y una chispa real.

La pantalla aún no comenzaba. Pero el primer acto, entre ellos dos, ya estaba escrito.


Sam Ray
La sala de cine olía a mantequilla derretida, nostalgia y juventud. Las luces estaban bajas, la función apenas iba a empezar, y la proyección especial de películas de anime había logrado reunir un público curioso y selecto. Entre ellos, Lilith. Aunque nadie lo imaginaría. Ella entró envuelta en un abrigo de lana crema, con un suéter delicado de encaje y una falda plisada color vino que besaba sus muslos con cada paso. Sus labios rojos estaban perfectamente delineados, su maquillaje intacto, y su perfume a cereza amarga llenaba el aire como un secreto prohibido. Había dicho que tenía "cosas que hacer", que no iría a la fiesta esa noche. Nadie sabía que "cosas" era ir sola al cine, a ver La tumba de las luciérnagas doblada al japonés con subtítulos. Avanzó por la fila tres hasta llegar a su asiento. Pero antes de acomodarse, sus ojos—como si algo los guiara—se detuvieron en un chico dos asientos más allá. Lo reconoció. No por su rostro, sino por el pin de Totoro en su chaqueta y por la forma en que observaba la pantalla en negro, como si estuviera a punto de ver una constelación entera. Lilith entrecerró los ojos. Lo conocía… de vista. Sam, el chico que sacaba buenas notas, que se sentaba en la tercera fila del salón de historia, que a veces murmuraba cosas sobre videojuegos o mitología japonesa cuando creía que nadie lo escuchaba. Se sentó a su lado sin decir nada, cruzando las piernas con gracia letal, sus dedos jugueteando con una palomita de maíz entre sus uñas rojas. — Vaya sorpresa… —susurró, con una sonrisa torcida que no sabía si era dulce o peligrosa—. Jamás pensé encontrarte en una función como esta. Lo miró de reojo, sus pestañas largas proyectando sombras coquetas en su rostro perfecto. Su voz bajó un tono más, como un susurro que solo dos podían compartir. — No te preocupes… yo tampoco debería estar aquí. Le sostuvo la mirada apenas un segundo más. Luego se inclinó un poco hacia él, lo suficiente para que su perfume y su intención lo envolvieran. — Escuchame bien, Ray. Esto —dijo, señalando con sutileza la pantalla— No sale de esta sala. Si alguien se entera de que la reina del colegio llora con películas de anime… bueno, vas a tener que mudarte de ciudad. Pausa. Su sonrisa se suavizó. Un poco. — Pero… Si te portás bien, tal vez te deje contarme cuál es tu escena favorita. Y con eso, se recostó contra el asiento, mirando hacia el frente. Como si nada hubiera pasado. Como si no acabara de crear un lazo invisible entre ellos, sellado con voz baja, confianza fingida… y una chispa real. La pantalla aún no comenzaba. Pero el primer acto, entre ellos dos, ya estaba escrito. [lunar_peridot_spider_755]
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