Los pasos de Meruem resonaban con calma por el sendero boscoso, marcados por un aura tan pesada que incluso los árboles parecían inclinarse ante él. A sus espaldas lo seguían las tres sombras inquebrantables de su élite: **Neferpitou**, con una sonrisa felina y ojos centelleantes; **Shaiapouf**, flotando con gracia venenosa; y **Menthuthuyoupi**, imperturbable, como un gigante en silencio.

—Majestad —susurró Pouf con tono devoto—, divisamos una aldea humana a menos de un kilómetro. Un asentamiento agrícola… pequeño, pero con población abundante.

—Entonces caminemos —respondió Meruem sin interés aparente, pero con una sed latente tras sus ojos rojizos—. Espero que no vuelvan a servirme estiércol disfrazado de carne.

Los guardias callaron. La última aldea había resultado... decepcionante. Meruem aún no había encontrado un sabor que le satisficiera, ni un espíritu humano que le interesara.

Al llegar a la aldea, los aldeanos huyeron como ratas. Sus gritos eran viento para el Rey. El miedo ya no le producía placer; solo expectativa. Se sentó sobre una piedra plana, cruzó los brazos y miró alrededor.

—Traedme a los mejores —ordenó, mientras sus dedos tamborileaban sobre su rodilla—. Quiero que esta carne tenga algo de sentido.

Pitou y Youpi obedecieron. Un puñado de aldeanos fueron traídos, temblorosos, llorando. Jóvenes, ancianos, incluso un herrero de brazos gruesos que apenas podía levantar la mirada.

—Inútiles. —Meruem los descartó con una sola palabra.

Fue entonces cuando un joven se presentó voluntariamente. Su cabello era corto y oscuro, su mirada firme. Llevaba una lanza de madera envuelta en hilos negros de aura. El suelo tembló levemente bajo sus pies.

—¿Majestad? —preguntó Shaiapouf, alzando una ceja.

Meruem se alzó sin pronunciar palabra. Dio un paso hacia el muchacho. El Nen vibraba alrededor de aquel humano como una llama desesperada por no extinguirse.

—¿Tú… me desafías?

—No me interesa vencerte. Solo evitar que te lleves más vidas de esta aldea.

El Rey ladeó la cabeza.

—Curioso. Tus palabras no carecen de lógica. ¿Pero qué valor tiene la lógica sin poder?

Antes de que los guardias pudieran intervenir, Meruem avanzó.

La batalla fue corta… pero no instantánea.

El joven era veloz. Su aura se envolvía alrededor de su lanza con precisión. Logró incluso arañar el brazo del Rey con un golpe ascendente, una hazaña que pocos humanos podrían contar. Meruem retrocedió apenas un paso, y sus ojos se entrecerraron por primera vez en semanas.

**Interés.**

—Tu Nen tiene sabor —murmuró, con una media sonrisa—. ¿Tu nombre?

—Koji —respondió el joven, jadeando.

—Koji... el que se opuso. Lo recordaré.

Meruem alzó su brazo y lo traspasó con un solo golpe. Koji cayó sin gritos, solo con la dignidad de quien supo lo que hacía.

El silencio volvió. Los aldeanos temblaban. Meruem se inclinó junto al cuerpo.

Saboreó el aura residual aún danzando sobre los restos del joven.

Pitou observó con cuidado. Pouf cruzó los brazos, y Youpi guardó silencio.

—Tenía valor —dijo el Rey, finalmente—. Valor y propósito. Esa es la carne que deseo.

Se giró hacia sus guardias.

—Buscad más como él.

Y con eso, el Rey volvió a caminar. Pero en su interior, una pequeña semilla había sido sembrada: la de un interés por el alma humana. Una que pronto crecería más allá del hambre.
Los pasos de Meruem resonaban con calma por el sendero boscoso, marcados por un aura tan pesada que incluso los árboles parecían inclinarse ante él. A sus espaldas lo seguían las tres sombras inquebrantables de su élite: **Neferpitou**, con una sonrisa felina y ojos centelleantes; **Shaiapouf**, flotando con gracia venenosa; y **Menthuthuyoupi**, imperturbable, como un gigante en silencio. —Majestad —susurró Pouf con tono devoto—, divisamos una aldea humana a menos de un kilómetro. Un asentamiento agrícola… pequeño, pero con población abundante. —Entonces caminemos —respondió Meruem sin interés aparente, pero con una sed latente tras sus ojos rojizos—. Espero que no vuelvan a servirme estiércol disfrazado de carne. Los guardias callaron. La última aldea había resultado... decepcionante. Meruem aún no había encontrado un sabor que le satisficiera, ni un espíritu humano que le interesara. Al llegar a la aldea, los aldeanos huyeron como ratas. Sus gritos eran viento para el Rey. El miedo ya no le producía placer; solo expectativa. Se sentó sobre una piedra plana, cruzó los brazos y miró alrededor. —Traedme a los mejores —ordenó, mientras sus dedos tamborileaban sobre su rodilla—. Quiero que esta carne tenga algo de sentido. Pitou y Youpi obedecieron. Un puñado de aldeanos fueron traídos, temblorosos, llorando. Jóvenes, ancianos, incluso un herrero de brazos gruesos que apenas podía levantar la mirada. —Inútiles. —Meruem los descartó con una sola palabra. Fue entonces cuando un joven se presentó voluntariamente. Su cabello era corto y oscuro, su mirada firme. Llevaba una lanza de madera envuelta en hilos negros de aura. El suelo tembló levemente bajo sus pies. —¿Majestad? —preguntó Shaiapouf, alzando una ceja. Meruem se alzó sin pronunciar palabra. Dio un paso hacia el muchacho. El Nen vibraba alrededor de aquel humano como una llama desesperada por no extinguirse. —¿Tú… me desafías? —No me interesa vencerte. Solo evitar que te lleves más vidas de esta aldea. El Rey ladeó la cabeza. —Curioso. Tus palabras no carecen de lógica. ¿Pero qué valor tiene la lógica sin poder? Antes de que los guardias pudieran intervenir, Meruem avanzó. La batalla fue corta… pero no instantánea. El joven era veloz. Su aura se envolvía alrededor de su lanza con precisión. Logró incluso arañar el brazo del Rey con un golpe ascendente, una hazaña que pocos humanos podrían contar. Meruem retrocedió apenas un paso, y sus ojos se entrecerraron por primera vez en semanas. **Interés.** —Tu Nen tiene sabor —murmuró, con una media sonrisa—. ¿Tu nombre? —Koji —respondió el joven, jadeando. —Koji... el que se opuso. Lo recordaré. Meruem alzó su brazo y lo traspasó con un solo golpe. Koji cayó sin gritos, solo con la dignidad de quien supo lo que hacía. El silencio volvió. Los aldeanos temblaban. Meruem se inclinó junto al cuerpo. Saboreó el aura residual aún danzando sobre los restos del joven. Pitou observó con cuidado. Pouf cruzó los brazos, y Youpi guardó silencio. —Tenía valor —dijo el Rey, finalmente—. Valor y propósito. Esa es la carne que deseo. Se giró hacia sus guardias. —Buscad más como él. Y con eso, el Rey volvió a caminar. Pero en su interior, una pequeña semilla había sido sembrada: la de un interés por el alma humana. Una que pronto crecería más allá del hambre.
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