El atardecer pintaba el cielo de tonos naranjas cuando un grupo de adolescentes con actitud altanera rodeó al pequeño vagabundo en una de las plazas de una ciudad portuaria. Habían oído rumores de un niño extraño, acompañado a veces por una figura elegante con máscara de payaso, que decía saber usar una energía misteriosa. Lo tomaron como un juego, como una oportunidad para burlarse.
—¿Tú? ¿Pelear? Si apenas tienes tamaño para alcanzar la mesa de un bar —rió uno de ellos, cruzando los brazos al retirarse la chaqueta que traía.
El pequeño vagabundo imitandolo, sin perder su sonrisa tranquila, se quitó lentamente su camisa vieja y sucia, sacudiéndola con una mano antes de colgarla sobre su bolso. Al hacerlo, todos se quedaron en silencio.
Lo que vieron no era el cuerpo de un niño común. A pesar de su baja estatura y rostro amable, el pequeño tenía un cuerpo trabajado, fibroso, esculpido por entrenamiento físico brutal y por sobrevivir en las calles. Su abdomen marcado, sus brazos endurecidos y la postura relajada, pero firme, transmitían algo que los adolescentes no esperaban: tierna determinación.
—Si quieren pelear… está bien. Pero luego no lloren —dijo, con un brillo firme en los ojos y su aura comenzando a envolverlo con una sutil presión.
El aura púrpura que lo rodeó tenía forma de burbujas discoides flotando a su alrededor, emitiendo un zumbido eléctrico y sutil, como si su presencia misma cortara el aire. Su expresión no era la de un niño asustado ni molesto. Era calma. Convicción.
Uno de los adolescentes dio un paso atrás sin pensarlo. Otro tragó saliva. El líder del grupo forzó una sonrisa nerviosa.
—Eh... solo estábamos bromeando, amigo. Tranquilo…
El pequeño inclinó la cabeza con una sonrisa inocente, pero sin esconder su poder.
—No... Ustedes empezaron.
—¿Tú? ¿Pelear? Si apenas tienes tamaño para alcanzar la mesa de un bar —rió uno de ellos, cruzando los brazos al retirarse la chaqueta que traía.
El pequeño vagabundo imitandolo, sin perder su sonrisa tranquila, se quitó lentamente su camisa vieja y sucia, sacudiéndola con una mano antes de colgarla sobre su bolso. Al hacerlo, todos se quedaron en silencio.
Lo que vieron no era el cuerpo de un niño común. A pesar de su baja estatura y rostro amable, el pequeño tenía un cuerpo trabajado, fibroso, esculpido por entrenamiento físico brutal y por sobrevivir en las calles. Su abdomen marcado, sus brazos endurecidos y la postura relajada, pero firme, transmitían algo que los adolescentes no esperaban: tierna determinación.
—Si quieren pelear… está bien. Pero luego no lloren —dijo, con un brillo firme en los ojos y su aura comenzando a envolverlo con una sutil presión.
El aura púrpura que lo rodeó tenía forma de burbujas discoides flotando a su alrededor, emitiendo un zumbido eléctrico y sutil, como si su presencia misma cortara el aire. Su expresión no era la de un niño asustado ni molesto. Era calma. Convicción.
Uno de los adolescentes dio un paso atrás sin pensarlo. Otro tragó saliva. El líder del grupo forzó una sonrisa nerviosa.
—Eh... solo estábamos bromeando, amigo. Tranquilo…
El pequeño inclinó la cabeza con una sonrisa inocente, pero sin esconder su poder.
—No... Ustedes empezaron.
El atardecer pintaba el cielo de tonos naranjas cuando un grupo de adolescentes con actitud altanera rodeó al pequeño vagabundo en una de las plazas de una ciudad portuaria. Habían oído rumores de un niño extraño, acompañado a veces por una figura elegante con máscara de payaso, que decía saber usar una energía misteriosa. Lo tomaron como un juego, como una oportunidad para burlarse.
—¿Tú? ¿Pelear? Si apenas tienes tamaño para alcanzar la mesa de un bar —rió uno de ellos, cruzando los brazos al retirarse la chaqueta que traía.
El pequeño vagabundo imitandolo, sin perder su sonrisa tranquila, se quitó lentamente su camisa vieja y sucia, sacudiéndola con una mano antes de colgarla sobre su bolso. Al hacerlo, todos se quedaron en silencio.
Lo que vieron no era el cuerpo de un niño común. A pesar de su baja estatura y rostro amable, el pequeño tenía un cuerpo trabajado, fibroso, esculpido por entrenamiento físico brutal y por sobrevivir en las calles. Su abdomen marcado, sus brazos endurecidos y la postura relajada, pero firme, transmitían algo que los adolescentes no esperaban: tierna determinación.
—Si quieren pelear… está bien. Pero luego no lloren —dijo, con un brillo firme en los ojos y su aura comenzando a envolverlo con una sutil presión.
El aura púrpura que lo rodeó tenía forma de burbujas discoides flotando a su alrededor, emitiendo un zumbido eléctrico y sutil, como si su presencia misma cortara el aire. Su expresión no era la de un niño asustado ni molesto. Era calma. Convicción.
Uno de los adolescentes dio un paso atrás sin pensarlo. Otro tragó saliva. El líder del grupo forzó una sonrisa nerviosa.
—Eh... solo estábamos bromeando, amigo. Tranquilo…
El pequeño inclinó la cabeza con una sonrisa inocente, pero sin esconder su poder.
—No... Ustedes empezaron.
