Habían sido días intensos. Sobretodo para 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 , quién había estado apunto de perder a su prometido, había conocido a quien decía ser su hermano y, además, toda la incertidumbre que envolvía su embarazo.
El día que Elías apareció, Elizabeth decidió alejarse al bosque, en busca de poder de alguna forma poner orden a sus pensamientos. Era abrumador, no deseaba lidiar con aquello, no en ese momento.
Kazuo la sintió llegar. Esta se deslizó por las sabanas hasta yacer a su lado. No dijo nada, pero pasados unos segundos la rodeó con los brazos, pegándola a su pecho de una manera reconfortante. No necesitaba decir nada, aquel habrazo eran palabras suficientes para hacerle saber que siempre estaría ahí para ella.
La mañana siguiente Kazuo se despertó temprano. Puso especial cuidado en levantarse sin molestar a Elizabeth, haciendo movimientos suaves para no despertarla. Aquel día se encontraba con muchas más fuerzas; la sopa de miso y un sueño reparador habían surtido su efecto.
Se dirigió al lugar donde hacían las labores de cocina. Encendió la lumbre de piedra y dispuso todo lo necesario para hacer el plato favorito de Elizabeth; "Oniguiris".
Esa vez no se iba a limitar en hacer los Oniguiris de siempre. Pensaba hacerlos de muchos más sabores; Oniguiris rellenos de trucha. Otros rellenos de verduras de temporada hervidas. Otros mezclando el arroz con sésamo. Cada uno lucía diferente al otro, creando una bandeja surtida de Oniguiris de diferentes tamaños y colores.
Lo preparó todo con mimo y esmero. Deseaba que el primer gesto de la mañana fuera verla sonreír.
Les gustase o no, debían hablar sobre la llegada de su hermano. Necesitaba saber cómo se sentía respecto a eso y, lo más importante, que deseaba hacer. También debía decirle que le había ofrecido hospedaje provisional en las termas, no quería que pasara lo mismo que ocurrió con Mòiril, no cometería el mismo error.
- Mi vida...- Susurro este mientras pasaba una de sus manos delicadamente por su rostro. Apartando unos mechones que caían por delante de este.
Era tan hermosa que, a pesar de verla cada día, seguía cortándole la respiración, exactamente como el primer día.
Sus dedos recorrieron su frente, recogiendo sus mechones para colocarlos detrás de su oreja. Era un movimiento casi ritual, tierno al extremo. Posó la palma de su mano sobre su mejilla, y con su pulgar acarició esta en movimientos oscilantes, de arriba a abajo.
- Liz... Es hora de levantarse...- Murmuró nuevamente con una voz tenue, delicada, buscando que su despertar fuera lo más suave posible.
Kazuo había habiertos las puertas y ventanales. Dejando que la brisa cálida de la primera se filtrase a la habitación. Aquel día era más caluroso que los anteriores. El aroma floral y a hierva fresca inundaron la habitación. Kazuo pensó que no habría mejor despertar que ese. Aunque viniendo de Elizabeth quien sabe, esta era fuego puro y podría sorprenderle su reacción.
Aquel día Kazuo lucía con mejor aspecto. El color había vuelto a sus mejillas, y no estaba tan hundido en su piel como días atrás; el poder cobraba fuerza en sus venas. Los cuidados de Elizabeth aquellos días habían surtido su efecto.
El día que Elías apareció, Elizabeth decidió alejarse al bosque, en busca de poder de alguna forma poner orden a sus pensamientos. Era abrumador, no deseaba lidiar con aquello, no en ese momento.
Kazuo la sintió llegar. Esta se deslizó por las sabanas hasta yacer a su lado. No dijo nada, pero pasados unos segundos la rodeó con los brazos, pegándola a su pecho de una manera reconfortante. No necesitaba decir nada, aquel habrazo eran palabras suficientes para hacerle saber que siempre estaría ahí para ella.
La mañana siguiente Kazuo se despertó temprano. Puso especial cuidado en levantarse sin molestar a Elizabeth, haciendo movimientos suaves para no despertarla. Aquel día se encontraba con muchas más fuerzas; la sopa de miso y un sueño reparador habían surtido su efecto.
Se dirigió al lugar donde hacían las labores de cocina. Encendió la lumbre de piedra y dispuso todo lo necesario para hacer el plato favorito de Elizabeth; "Oniguiris".
Esa vez no se iba a limitar en hacer los Oniguiris de siempre. Pensaba hacerlos de muchos más sabores; Oniguiris rellenos de trucha. Otros rellenos de verduras de temporada hervidas. Otros mezclando el arroz con sésamo. Cada uno lucía diferente al otro, creando una bandeja surtida de Oniguiris de diferentes tamaños y colores.
Lo preparó todo con mimo y esmero. Deseaba que el primer gesto de la mañana fuera verla sonreír.
Les gustase o no, debían hablar sobre la llegada de su hermano. Necesitaba saber cómo se sentía respecto a eso y, lo más importante, que deseaba hacer. También debía decirle que le había ofrecido hospedaje provisional en las termas, no quería que pasara lo mismo que ocurrió con Mòiril, no cometería el mismo error.
- Mi vida...- Susurro este mientras pasaba una de sus manos delicadamente por su rostro. Apartando unos mechones que caían por delante de este.
Era tan hermosa que, a pesar de verla cada día, seguía cortándole la respiración, exactamente como el primer día.
Sus dedos recorrieron su frente, recogiendo sus mechones para colocarlos detrás de su oreja. Era un movimiento casi ritual, tierno al extremo. Posó la palma de su mano sobre su mejilla, y con su pulgar acarició esta en movimientos oscilantes, de arriba a abajo.
- Liz... Es hora de levantarse...- Murmuró nuevamente con una voz tenue, delicada, buscando que su despertar fuera lo más suave posible.
Kazuo había habiertos las puertas y ventanales. Dejando que la brisa cálida de la primera se filtrase a la habitación. Aquel día era más caluroso que los anteriores. El aroma floral y a hierva fresca inundaron la habitación. Kazuo pensó que no habría mejor despertar que ese. Aunque viniendo de Elizabeth quien sabe, esta era fuego puro y podría sorprenderle su reacción.
Aquel día Kazuo lucía con mejor aspecto. El color había vuelto a sus mejillas, y no estaba tan hundido en su piel como días atrás; el poder cobraba fuerza en sus venas. Los cuidados de Elizabeth aquellos días habían surtido su efecto.
Habían sido días intensos. Sobretodo para [Liz_bloodFlame] , quién había estado apunto de perder a su prometido, había conocido a quien decía ser su hermano y, además, toda la incertidumbre que envolvía su embarazo.
El día que Elías apareció, Elizabeth decidió alejarse al bosque, en busca de poder de alguna forma poner orden a sus pensamientos. Era abrumador, no deseaba lidiar con aquello, no en ese momento.
Kazuo la sintió llegar. Esta se deslizó por las sabanas hasta yacer a su lado. No dijo nada, pero pasados unos segundos la rodeó con los brazos, pegándola a su pecho de una manera reconfortante. No necesitaba decir nada, aquel habrazo eran palabras suficientes para hacerle saber que siempre estaría ahí para ella.
La mañana siguiente Kazuo se despertó temprano. Puso especial cuidado en levantarse sin molestar a Elizabeth, haciendo movimientos suaves para no despertarla. Aquel día se encontraba con muchas más fuerzas; la sopa de miso y un sueño reparador habían surtido su efecto.
Se dirigió al lugar donde hacían las labores de cocina. Encendió la lumbre de piedra y dispuso todo lo necesario para hacer el plato favorito de Elizabeth; "Oniguiris".
Esa vez no se iba a limitar en hacer los Oniguiris de siempre. Pensaba hacerlos de muchos más sabores; Oniguiris rellenos de trucha. Otros rellenos de verduras de temporada hervidas. Otros mezclando el arroz con sésamo. Cada uno lucía diferente al otro, creando una bandeja surtida de Oniguiris de diferentes tamaños y colores.
Lo preparó todo con mimo y esmero. Deseaba que el primer gesto de la mañana fuera verla sonreír.
Les gustase o no, debían hablar sobre la llegada de su hermano. Necesitaba saber cómo se sentía respecto a eso y, lo más importante, que deseaba hacer. También debía decirle que le había ofrecido hospedaje provisional en las termas, no quería que pasara lo mismo que ocurrió con Mòiril, no cometería el mismo error.
- Mi vida...- Susurro este mientras pasaba una de sus manos delicadamente por su rostro. Apartando unos mechones que caían por delante de este.
Era tan hermosa que, a pesar de verla cada día, seguía cortándole la respiración, exactamente como el primer día.
Sus dedos recorrieron su frente, recogiendo sus mechones para colocarlos detrás de su oreja. Era un movimiento casi ritual, tierno al extremo. Posó la palma de su mano sobre su mejilla, y con su pulgar acarició esta en movimientos oscilantes, de arriba a abajo.
- Liz... Es hora de levantarse...- Murmuró nuevamente con una voz tenue, delicada, buscando que su despertar fuera lo más suave posible.
Kazuo había habiertos las puertas y ventanales. Dejando que la brisa cálida de la primera se filtrase a la habitación. Aquel día era más caluroso que los anteriores. El aroma floral y a hierva fresca inundaron la habitación. Kazuo pensó que no habría mejor despertar que ese. Aunque viniendo de Elizabeth quien sabe, esta era fuego puro y podría sorprenderle su reacción.
Aquel día Kazuo lucía con mejor aspecto. El color había vuelto a sus mejillas, y no estaba tan hundido en su piel como días atrás; el poder cobraba fuerza en sus venas. Los cuidados de Elizabeth aquellos días habían surtido su efecto.
