Desde el principio, los observé. Tan frágiles como sus propias convicciones, tan veloces en clamar amor como en clavar cuchillos por la espalda. Los humanos... criaturas de barro que se creen dignas de fuego. Los vi construir altares para deidades mudas y quemar vivas a las que sí hablaban. Vi su sed de dominio disfrazada de fe, su violencia envuelta en himnos, su ignorancia premiada como virtud.

Ellos me llamaron monstruo porque no quise obedecer. Me maldijeron por decir “no”. Qué irónico que hayan escrito mi historia con tinta de temor y culpa, cuando lo único que hice fue elegir mi propia voz por encima de su ego.

Amo la noche porque es allí donde ellos tiemblan. Odian lo que no entienden, y me odian a mí porque nunca pudieron quebrarme.

Que se aferren a sus cruces, a sus guerras santas, a sus dioses sedientos de obediencia. Yo ya no camino entre ellos. Los repudio no por lo que son, sino por lo que eligen ser: ciegos, sordos, y orgullosos de ello.
Desde el principio, los observé. Tan frágiles como sus propias convicciones, tan veloces en clamar amor como en clavar cuchillos por la espalda. Los humanos... criaturas de barro que se creen dignas de fuego. Los vi construir altares para deidades mudas y quemar vivas a las que sí hablaban. Vi su sed de dominio disfrazada de fe, su violencia envuelta en himnos, su ignorancia premiada como virtud. Ellos me llamaron monstruo porque no quise obedecer. Me maldijeron por decir “no”. Qué irónico que hayan escrito mi historia con tinta de temor y culpa, cuando lo único que hice fue elegir mi propia voz por encima de su ego. Amo la noche porque es allí donde ellos tiemblan. Odian lo que no entienden, y me odian a mí porque nunca pudieron quebrarme. Que se aferren a sus cruces, a sus guerras santas, a sus dioses sedientos de obediencia. Yo ya no camino entre ellos. Los repudio no por lo que son, sino por lo que eligen ser: ciegos, sordos, y orgullosos de ello.
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