El viento de Montana soplaba con calma, como si también estuviera cansado de correr. La tarde ya iba cayendo, y el cielo empezaba a teñirse de esos tonos cálidos entre naranja y vino, los colores favoritos de Sarah, aunque ella nunca lo había dicho en voz alta. Sentada sobre la cerca de madera vieja, con el cabello recogido en una coleta suelta y los jeans manchados de tierra, lanzaba una herradura oxidada al aire y la atrapaba al vuelo sin esfuerzo alguno. No necesitaba hacerlo, no estaba entrenando… solo estaba esperando.
El pasto crujía bajo sus botas cada vez que bajaba de la cerca y caminaba en círculos. Llevaba puesta una camisa de cuadros roja de su padre—una de esas que él ya no usaba—y en su rostro se notaba el gesto de quien lleva el peso de algo que no ha dicho. Porque aunque era fuerte, valiente y todos allá afuera la llamaban “Ms Captain América”, aquí en la granja... sólo era Becky. Y extrañaba a su tío.
—Sabía que vendrías tarde o temprano —murmuró de pronto, sin mirar hacia la carretera polvorienta que cruzaba los maizales—. Siempre apareces cuando más lo necesito, aunque no diga nada.
Una sonrisa apenas perceptible se asomó en sus labios. Porque si Bucky estaba allí, el mundo se sentía un poco más seguro. No como cuando peleaban juntos. Sino como cuando ella era niña, y él le enseñaba a escupir semillas de cereza a larga distancia.
𝙅𝘼𝘔𝘌𝙎 𝘽𝘼𝙍𝙉𝙀𝘚
El pasto crujía bajo sus botas cada vez que bajaba de la cerca y caminaba en círculos. Llevaba puesta una camisa de cuadros roja de su padre—una de esas que él ya no usaba—y en su rostro se notaba el gesto de quien lleva el peso de algo que no ha dicho. Porque aunque era fuerte, valiente y todos allá afuera la llamaban “Ms Captain América”, aquí en la granja... sólo era Becky. Y extrañaba a su tío.
—Sabía que vendrías tarde o temprano —murmuró de pronto, sin mirar hacia la carretera polvorienta que cruzaba los maizales—. Siempre apareces cuando más lo necesito, aunque no diga nada.
Una sonrisa apenas perceptible se asomó en sus labios. Porque si Bucky estaba allí, el mundo se sentía un poco más seguro. No como cuando peleaban juntos. Sino como cuando ella era niña, y él le enseñaba a escupir semillas de cereza a larga distancia.
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El viento de Montana soplaba con calma, como si también estuviera cansado de correr. La tarde ya iba cayendo, y el cielo empezaba a teñirse de esos tonos cálidos entre naranja y vino, los colores favoritos de Sarah, aunque ella nunca lo había dicho en voz alta. Sentada sobre la cerca de madera vieja, con el cabello recogido en una coleta suelta y los jeans manchados de tierra, lanzaba una herradura oxidada al aire y la atrapaba al vuelo sin esfuerzo alguno. No necesitaba hacerlo, no estaba entrenando… solo estaba esperando.
El pasto crujía bajo sus botas cada vez que bajaba de la cerca y caminaba en círculos. Llevaba puesta una camisa de cuadros roja de su padre—una de esas que él ya no usaba—y en su rostro se notaba el gesto de quien lleva el peso de algo que no ha dicho. Porque aunque era fuerte, valiente y todos allá afuera la llamaban “Ms Captain América”, aquí en la granja... sólo era Becky. Y extrañaba a su tío.
—Sabía que vendrías tarde o temprano —murmuró de pronto, sin mirar hacia la carretera polvorienta que cruzaba los maizales—. Siempre apareces cuando más lo necesito, aunque no diga nada.
Una sonrisa apenas perceptible se asomó en sus labios. Porque si Bucky estaba allí, el mundo se sentía un poco más seguro. No como cuando peleaban juntos. Sino como cuando ella era niña, y él le enseñaba a escupir semillas de cereza a larga distancia.
[JamesBarnes]
