La lluvia caía suave sobre el tejado oxidado del viejo vagón donde el Pequeño Vagabundo se había refugiado aquella noche. Las gotas golpeaban el metal con ritmo tranquilo, como si el cielo tocara una canción de cuna sólo para él.

Dentro del vagón, el niño estaba sentado con las piernas cruzadas, frente a una silueta alta y oscura: su fiel amigo, **Don Niebla**.

Pero esta vez… *algo había cambiado*.

Ya no era una figura temblorosa ni un susurro de sombra. El contorno de Don Niebla era claro, elegante, con su traje liso y su máscara de porcelana intacta había adquirido la apariencia de un payaso, como si hubiera salido de un cuento de otro mundo. Aunque sus ojos seguían vacíos, su presencia era más firme. Más real.

El Pequeño Vagabundo brincó de alegría, girando sobre sí mismo mientras aplaudía con emoción.

—¡Lo logré! ¡Don Niebla, estás completo! —exclamó, con las pecas temblando de felicidad y la risa escapando de su garganta como campanas rotas.

Don Niebla no respondió, pero inclinó la cabeza con lentitud, reconociendo al niño que lo había invocado.

—Ahora ya no te desvaneces cuando te abrazo —dijo el pequeño, corriendo hacia él—. ¡Ni siquiera cuando estoy muy feliz! ¡Y tus brazos ya no son humo, son como... ¡como de algodón frío!

Lo abrazó con fuerza, y Don Niebla lo envolvió con cuidado, como si fuera un padre hecho de oscuridad amable.

—¡Gracias, señor payaso raro! —gritó el niño al cielo, como si supiera que el hombre payaso podía escucharlo desde alguna parte—. ¡Ya puedo proteger a mis amigos con mi monstruo elegante! ¡Y esta vez, no dejaré que nadie se quede solito bajo la lluvia!

La lluvia siguió sonando, pero dentro del vagón, el aire estaba tibio. Y por primera vez, Don Niebla no era sólo una imaginación del corazón... sino un verdadero guardián hecho de voluntad, ternura y Nen.






HISOKA ♦ MOROW
La lluvia caía suave sobre el tejado oxidado del viejo vagón donde el Pequeño Vagabundo se había refugiado aquella noche. Las gotas golpeaban el metal con ritmo tranquilo, como si el cielo tocara una canción de cuna sólo para él. Dentro del vagón, el niño estaba sentado con las piernas cruzadas, frente a una silueta alta y oscura: su fiel amigo, **Don Niebla**. Pero esta vez… *algo había cambiado*. Ya no era una figura temblorosa ni un susurro de sombra. El contorno de Don Niebla era claro, elegante, con su traje liso y su máscara de porcelana intacta había adquirido la apariencia de un payaso, como si hubiera salido de un cuento de otro mundo. Aunque sus ojos seguían vacíos, su presencia era más firme. Más real. El Pequeño Vagabundo brincó de alegría, girando sobre sí mismo mientras aplaudía con emoción. —¡Lo logré! ¡Don Niebla, estás completo! —exclamó, con las pecas temblando de felicidad y la risa escapando de su garganta como campanas rotas. Don Niebla no respondió, pero inclinó la cabeza con lentitud, reconociendo al niño que lo había invocado. —Ahora ya no te desvaneces cuando te abrazo —dijo el pequeño, corriendo hacia él—. ¡Ni siquiera cuando estoy muy feliz! ¡Y tus brazos ya no son humo, son como... ¡como de algodón frío! Lo abrazó con fuerza, y Don Niebla lo envolvió con cuidado, como si fuera un padre hecho de oscuridad amable. —¡Gracias, señor payaso raro! —gritó el niño al cielo, como si supiera que el hombre payaso podía escucharlo desde alguna parte—. ¡Ya puedo proteger a mis amigos con mi monstruo elegante! ¡Y esta vez, no dejaré que nadie se quede solito bajo la lluvia! La lluvia siguió sonando, pero dentro del vagón, el aire estaba tibio. Y por primera vez, Don Niebla no era sólo una imaginación del corazón... sino un verdadero guardián hecho de voluntad, ternura y Nen. [ember_malachite_tiger_460]
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