La luna colgaba sobre el bosque como un ojo muerto.
Hizoka caminaba descalzo entre hojas húmedas y tierra, con una sonrisa que se estiraba más allá de lo natural. Seguía un olor... no de sangre, no todavía, sino de *intención*. Una fragancia que sólo alguien como él podía percibir: el deseo de matar, la precisión del acecho. Un rastro suculento.
—Mmmm… asesinos profesionales… —murmuró, relamiéndose el labio inferior—. *Prometedor… delicioso… ¿tendré suerte esta vez?*
Saltó entre ramas, avanzó con pasos casi coreografiados, cada movimiento como parte de un espectáculo invisible. En su mente, ya veía la escena: cuchillas brillando, emboscadas fallidas, gritos ahogados, movimientos bien ejecutados. Tal vez, por fin, alguien lo haría sudar. Tal vez, solo tal vez…
**Y entonces los encontró.**
Escondidos tras máscaras baratas, con armas mal equilibradas y un lenguaje corporal que apestaba a miedo fingido. Uno de ellos, incluso, temblaba. El líder, si es que así se podía llamar, le gritó con voz aguda:
—¡Estás rodeado, monstruo! ¡Prepárate para morir!
**Silencio.**
Hizoka parpadeó.
Una vez.
Dos veces.
Y luego, lentamente, su sonrisa se desinfló como un globo pinchado.
—¿Esto… es todo? —susurró.
Dio un paso adelante. Uno de los asesinos dio un paso atrás. Otro tropezó con una raíz.
—¿Ustedes son los "profesionales"? —escupió la palabra como si le supiera a moho—. *Con razón nadie los había matado aún… nadie se dignó a mirar dos veces.*
**Chasqueó la lengua.**
El corazón le latía lento, casi aburrido. Ya no había electricidad, ya no había esa punzada dulce detrás de los ojos que le anunciaba un verdadero combate.
—Me han hecho caminar, oler, ilusionarme como un niño la víspera del festival…
*Y esto es lo que obtengo.*
—Qué… *tristeza*.
**Entonces, en ese preciso instante, dejaron de serle útiles.**
Hizoka caminaba descalzo entre hojas húmedas y tierra, con una sonrisa que se estiraba más allá de lo natural. Seguía un olor... no de sangre, no todavía, sino de *intención*. Una fragancia que sólo alguien como él podía percibir: el deseo de matar, la precisión del acecho. Un rastro suculento.
—Mmmm… asesinos profesionales… —murmuró, relamiéndose el labio inferior—. *Prometedor… delicioso… ¿tendré suerte esta vez?*
Saltó entre ramas, avanzó con pasos casi coreografiados, cada movimiento como parte de un espectáculo invisible. En su mente, ya veía la escena: cuchillas brillando, emboscadas fallidas, gritos ahogados, movimientos bien ejecutados. Tal vez, por fin, alguien lo haría sudar. Tal vez, solo tal vez…
**Y entonces los encontró.**
Escondidos tras máscaras baratas, con armas mal equilibradas y un lenguaje corporal que apestaba a miedo fingido. Uno de ellos, incluso, temblaba. El líder, si es que así se podía llamar, le gritó con voz aguda:
—¡Estás rodeado, monstruo! ¡Prepárate para morir!
**Silencio.**
Hizoka parpadeó.
Una vez.
Dos veces.
Y luego, lentamente, su sonrisa se desinfló como un globo pinchado.
—¿Esto… es todo? —susurró.
Dio un paso adelante. Uno de los asesinos dio un paso atrás. Otro tropezó con una raíz.
—¿Ustedes son los "profesionales"? —escupió la palabra como si le supiera a moho—. *Con razón nadie los había matado aún… nadie se dignó a mirar dos veces.*
**Chasqueó la lengua.**
El corazón le latía lento, casi aburrido. Ya no había electricidad, ya no había esa punzada dulce detrás de los ojos que le anunciaba un verdadero combate.
—Me han hecho caminar, oler, ilusionarme como un niño la víspera del festival…
*Y esto es lo que obtengo.*
—Qué… *tristeza*.
**Entonces, en ese preciso instante, dejaron de serle útiles.**
La luna colgaba sobre el bosque como un ojo muerto.
Hizoka caminaba descalzo entre hojas húmedas y tierra, con una sonrisa que se estiraba más allá de lo natural. Seguía un olor... no de sangre, no todavía, sino de *intención*. Una fragancia que sólo alguien como él podía percibir: el deseo de matar, la precisión del acecho. Un rastro suculento.
—Mmmm… asesinos profesionales… —murmuró, relamiéndose el labio inferior—. *Prometedor… delicioso… ¿tendré suerte esta vez?*
Saltó entre ramas, avanzó con pasos casi coreografiados, cada movimiento como parte de un espectáculo invisible. En su mente, ya veía la escena: cuchillas brillando, emboscadas fallidas, gritos ahogados, movimientos bien ejecutados. Tal vez, por fin, alguien lo haría sudar. Tal vez, solo tal vez…
**Y entonces los encontró.**
Escondidos tras máscaras baratas, con armas mal equilibradas y un lenguaje corporal que apestaba a miedo fingido. Uno de ellos, incluso, temblaba. El líder, si es que así se podía llamar, le gritó con voz aguda:
—¡Estás rodeado, monstruo! ¡Prepárate para morir!
**Silencio.**
Hizoka parpadeó.
Una vez.
Dos veces.
Y luego, lentamente, su sonrisa se desinfló como un globo pinchado.
—¿Esto… es todo? —susurró.
Dio un paso adelante. Uno de los asesinos dio un paso atrás. Otro tropezó con una raíz.
—¿Ustedes son los "profesionales"? —escupió la palabra como si le supiera a moho—. *Con razón nadie los había matado aún… nadie se dignó a mirar dos veces.*
**Chasqueó la lengua.**
El corazón le latía lento, casi aburrido. Ya no había electricidad, ya no había esa punzada dulce detrás de los ojos que le anunciaba un verdadero combate.
—Me han hecho caminar, oler, ilusionarme como un niño la víspera del festival…
*Y esto es lo que obtengo.*
—Qué… *tristeza*.
**Entonces, en ese preciso instante, dejaron de serle útiles.**
