La tarde era tranquila, más de lo habitual. Naru Saigo dormía bajo el abrigo de una colina suave, con su capa recogida como almohada y las estrellas parpadeando sobre su rostro. Pero en su mente… no había paz.

Oscuridad.

Un pasillo infinito, como si el cielo mismo se hubiera convertido en piedra azul. Todo era silencioso, excepto por un leve zumbido de energía, como si el Wakfu estuviera llorando.

Naru avanzaba sin entender cómo o por qué. Sus pasos resonaban sobre un suelo que no sentía real, y sin embargo… había algo familiar.

Una puerta. Alta. Antigua. Cubierta de símbolos que no reconocía, pero que su corazón sí parecía entender.

Cuando la tocó, una voz —la suya, pero más fría, más rota— susurró desde el otro lado:

> "Hice lo que debía… para que el mundo viviera… aunque me odiaran por ello."

La puerta se abrió de golpe. Dentro, un trono vacío. Una sala circular, y al centro, una figura de espaldas. Capa larga, cabello claro, y una tristeza que podía sentirse como un peso físico.

—¿Quién eres…? —preguntó Naru con voz baja.

La figura giró apenas el rostro, mostrando unos ojos llenos de siglos, y le respondió con un eco que lo atravesó como una lanza:

> "Yo… soy tú. Cuando te quiebres."

Y entonces, como si todo fuera arrastrado por una ola invisible, Naru fue absorbido por luz azul, y despertó de golpe.

Respiraba agitado. El cielo seguía ahí, las estrellas seguían ahí… su capa aún estaba bajo su cabeza.

—Qué sueño más... raro… —murmuró, secándose el sudor de la frente.

Se sentó, mirando hacia el firmamento.

Se quedó en silencio unos segundos. Luego, como si no pasara nada, tomó una manzana de su bolsa y dio un mordisco.

—Mejor buscaré una fruta.
La tarde era tranquila, más de lo habitual. Naru Saigo dormía bajo el abrigo de una colina suave, con su capa recogida como almohada y las estrellas parpadeando sobre su rostro. Pero en su mente… no había paz. Oscuridad. Un pasillo infinito, como si el cielo mismo se hubiera convertido en piedra azul. Todo era silencioso, excepto por un leve zumbido de energía, como si el Wakfu estuviera llorando. Naru avanzaba sin entender cómo o por qué. Sus pasos resonaban sobre un suelo que no sentía real, y sin embargo… había algo familiar. Una puerta. Alta. Antigua. Cubierta de símbolos que no reconocía, pero que su corazón sí parecía entender. Cuando la tocó, una voz —la suya, pero más fría, más rota— susurró desde el otro lado: > "Hice lo que debía… para que el mundo viviera… aunque me odiaran por ello." La puerta se abrió de golpe. Dentro, un trono vacío. Una sala circular, y al centro, una figura de espaldas. Capa larga, cabello claro, y una tristeza que podía sentirse como un peso físico. —¿Quién eres…? —preguntó Naru con voz baja. La figura giró apenas el rostro, mostrando unos ojos llenos de siglos, y le respondió con un eco que lo atravesó como una lanza: > "Yo… soy tú. Cuando te quiebres." Y entonces, como si todo fuera arrastrado por una ola invisible, Naru fue absorbido por luz azul, y despertó de golpe. Respiraba agitado. El cielo seguía ahí, las estrellas seguían ahí… su capa aún estaba bajo su cabeza. —Qué sueño más... raro… —murmuró, secándose el sudor de la frente. Se sentó, mirando hacia el firmamento. Se quedó en silencio unos segundos. Luego, como si no pasara nada, tomó una manzana de su bolsa y dio un mordisco. —Mejor buscaré una fruta.
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