—Echo, déjame llevarte a un lugar.

Oropo le extendió una mano y Echo, dejándose llevar por el impulso de curiosidad que se apoderó de ella, la aceptó, siguiendo al selatrope hacia un portal sin dudarlo. Antes de entrar, Oropo le dedica una sonrisa por encima del hombro y Echo le corresponde, cerrando sus sensibles ojos ante la luz del del portal para después sumergirse a lo desconocido.

Guiada por la fría mano de Oropo, Echo volvió a abrir los ojos una vez la luz del portal se desvaneció, encontrándose con el lugar más hermoso que ha visto en su vida. Un cielo aguamarina se cernía sobre ambos, con vetas azules y múltiples estrellas hiladas en constelaciones salpicando el manto estelar. Al mirar hacia abajo, puede ver que la extensión de estrellas se refleja en el suelo, el cual parece un estanque acompañado de vegetación y hermosas flores naranjas. Sin palabras, Echo se giró en la dirección del selatrope, viendo como él le sonríe mientras la luz de las estrellas se reflejan en los ojos ajenos.

—Esto es... —no se atrevió a continuar, demasiado cautivada por la vista que tenía frente a sí.

—Lo sé, ¿Verdad? —respondió, con una expresión casi mareada iluminando su rostro. — Yo creé este lugar.

Las plumas de Echo se erizaron por la sorpresa.

—¿Tú... Hiciste todo esto? —preguntó. El asombro se refleja en su voz, y Oropo responde con una risita.

—Sí, lo hice usando el selacubo. Creé este lugar para nosotros —dijo, distante. Echo le apretó la mano, sacándolo de donde sea que su mente esté. Oropo rápidamente salió de su ensoñación y viró la testa en dirección a la eniripsa, sonriéndole mientras le devuelve el apretón.

Con la niebla de sus ojos disipándose, Oropo acortó distancia con Echo y entrelazó sus desos con los de ella, tocando con suavidad los labios de la mujer con los propios. Después, se separó apenas y volvió la mirada hacia el krozmos que giraba sobre sí mismo, con una mirada llena de determinación mientras su mente se llenaba de ideas para el futuro.

La mirada de Echo permaneció fija en su amor, a quién consideraba una visión mucho más hermosa que cualquier paisaje cósmico. Ahí, se da cuenta de qué a pesar de todas las dificultades que pasaron en el pasado, descubre que su amor por él brilla con la misma intensidad que en antaño, y seguirá haciéndolo en el futuro. Se enamorará de aquel hombre cada vez y se promete que lo seguirá a donde quiera que su misión lo lleve.

Incluso si eso acaba con ambos al final.
—Echo, déjame llevarte a un lugar. Oropo le extendió una mano y Echo, dejándose llevar por el impulso de curiosidad que se apoderó de ella, la aceptó, siguiendo al selatrope hacia un portal sin dudarlo. Antes de entrar, Oropo le dedica una sonrisa por encima del hombro y Echo le corresponde, cerrando sus sensibles ojos ante la luz del del portal para después sumergirse a lo desconocido. Guiada por la fría mano de Oropo, Echo volvió a abrir los ojos una vez la luz del portal se desvaneció, encontrándose con el lugar más hermoso que ha visto en su vida. Un cielo aguamarina se cernía sobre ambos, con vetas azules y múltiples estrellas hiladas en constelaciones salpicando el manto estelar. Al mirar hacia abajo, puede ver que la extensión de estrellas se refleja en el suelo, el cual parece un estanque acompañado de vegetación y hermosas flores naranjas. Sin palabras, Echo se giró en la dirección del selatrope, viendo como él le sonríe mientras la luz de las estrellas se reflejan en los ojos ajenos. —Esto es... —no se atrevió a continuar, demasiado cautivada por la vista que tenía frente a sí. —Lo sé, ¿Verdad? —respondió, con una expresión casi mareada iluminando su rostro. — Yo creé este lugar. Las plumas de Echo se erizaron por la sorpresa. —¿Tú... Hiciste todo esto? —preguntó. El asombro se refleja en su voz, y Oropo responde con una risita. —Sí, lo hice usando el selacubo. Creé este lugar para nosotros —dijo, distante. Echo le apretó la mano, sacándolo de donde sea que su mente esté. Oropo rápidamente salió de su ensoñación y viró la testa en dirección a la eniripsa, sonriéndole mientras le devuelve el apretón. Con la niebla de sus ojos disipándose, Oropo acortó distancia con Echo y entrelazó sus desos con los de ella, tocando con suavidad los labios de la mujer con los propios. Después, se separó apenas y volvió la mirada hacia el krozmos que giraba sobre sí mismo, con una mirada llena de determinación mientras su mente se llenaba de ideas para el futuro. La mirada de Echo permaneció fija en su amor, a quién consideraba una visión mucho más hermosa que cualquier paisaje cósmico. Ahí, se da cuenta de qué a pesar de todas las dificultades que pasaron en el pasado, descubre que su amor por él brilla con la misma intensidad que en antaño, y seguirá haciéndolo en el futuro. Se enamorará de aquel hombre cada vez y se promete que lo seguirá a donde quiera que su misión lo lleve. Incluso si eso acaba con ambos al final.
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