**La noche había caído como un suspiro sobre el bosque.**
Las estrellas, tímidas y distantes, parpadeaban sobre un cielo limpio, mientras la luna colgaba alta como un ojo sereno. En lo más alto de un gran árbol —un gigante de ramas viejas y corteza sabia— se encontraba **Naru Saigo**, inmóvil, en postura de meditación.
Su figura era apenas una sombra entre las hojas, una silueta recortada contra la luz plateada. No había ruido, salvo el susurro del viento. Pero en su interior, Naru sentía el universo.
Pequeñas chispas de **Wakfu** azul se agitaban suavemente a su alrededor, como luciérnagas obedientes. Fluían por su cuerpo con calma, cruzando sus brazos, acariciando su espalda, rodeando sus ojos como una neblina tranquila. Sus alas de energía —esas que sobresalían discretas desde su cabeza— brillaban con un fulgor tenue, como si respiraran junto a él.
Estaba en paz.
Y no porque el mundo lo estuviera.
Estaba en paz **a pesar** del mundo.
—Aquí —susurró, sin abrir los labios del todo—, aquí los árboles me hablan… y las voces de los árboles me ayudan a meditar.
El tronco debajo suyo crujió suavemente, como si le respondiera. Las ramas se mecieron como un arrullo. Para otros, eran sonidos del bosque; para él, eran palabras.
Palabras sin idioma.
Palabras de vida.
Cerró los ojos.
El Wakfu se alineó con su alma. Su respiración se volvió parte del viento. Y por unos minutos… Naru dejó de ser un héroe errante. No había bandidos. No había fuegos. No había guerras.
Solo un ser. Y un bosque. Y una noche hermosa.
Las estrellas, tímidas y distantes, parpadeaban sobre un cielo limpio, mientras la luna colgaba alta como un ojo sereno. En lo más alto de un gran árbol —un gigante de ramas viejas y corteza sabia— se encontraba **Naru Saigo**, inmóvil, en postura de meditación.
Su figura era apenas una sombra entre las hojas, una silueta recortada contra la luz plateada. No había ruido, salvo el susurro del viento. Pero en su interior, Naru sentía el universo.
Pequeñas chispas de **Wakfu** azul se agitaban suavemente a su alrededor, como luciérnagas obedientes. Fluían por su cuerpo con calma, cruzando sus brazos, acariciando su espalda, rodeando sus ojos como una neblina tranquila. Sus alas de energía —esas que sobresalían discretas desde su cabeza— brillaban con un fulgor tenue, como si respiraran junto a él.
Estaba en paz.
Y no porque el mundo lo estuviera.
Estaba en paz **a pesar** del mundo.
—Aquí —susurró, sin abrir los labios del todo—, aquí los árboles me hablan… y las voces de los árboles me ayudan a meditar.
El tronco debajo suyo crujió suavemente, como si le respondiera. Las ramas se mecieron como un arrullo. Para otros, eran sonidos del bosque; para él, eran palabras.
Palabras sin idioma.
Palabras de vida.
Cerró los ojos.
El Wakfu se alineó con su alma. Su respiración se volvió parte del viento. Y por unos minutos… Naru dejó de ser un héroe errante. No había bandidos. No había fuegos. No había guerras.
Solo un ser. Y un bosque. Y una noche hermosa.
**La noche había caído como un suspiro sobre el bosque.**
Las estrellas, tímidas y distantes, parpadeaban sobre un cielo limpio, mientras la luna colgaba alta como un ojo sereno. En lo más alto de un gran árbol —un gigante de ramas viejas y corteza sabia— se encontraba **Naru Saigo**, inmóvil, en postura de meditación.
Su figura era apenas una sombra entre las hojas, una silueta recortada contra la luz plateada. No había ruido, salvo el susurro del viento. Pero en su interior, Naru sentía el universo.
Pequeñas chispas de **Wakfu** azul se agitaban suavemente a su alrededor, como luciérnagas obedientes. Fluían por su cuerpo con calma, cruzando sus brazos, acariciando su espalda, rodeando sus ojos como una neblina tranquila. Sus alas de energía —esas que sobresalían discretas desde su cabeza— brillaban con un fulgor tenue, como si respiraran junto a él.
Estaba en paz.
Y no porque el mundo lo estuviera.
Estaba en paz **a pesar** del mundo.
—Aquí —susurró, sin abrir los labios del todo—, aquí los árboles me hablan… y las voces de los árboles me ayudan a meditar.
El tronco debajo suyo crujió suavemente, como si le respondiera. Las ramas se mecieron como un arrullo. Para otros, eran sonidos del bosque; para él, eran palabras.
Palabras sin idioma.
Palabras de vida.
Cerró los ojos.
El Wakfu se alineó con su alma. Su respiración se volvió parte del viento. Y por unos minutos… Naru dejó de ser un héroe errante. No había bandidos. No había fuegos. No había guerras.
Solo un ser. Y un bosque. Y una noche hermosa.

