La **Ruta 35** se abría frente a Jett como una espina dorsal de concreto suspendido sobre la nada. Andaba a pie. Su chaqueta recogía el viento seco de los límites entre realidades, y sus pasos resonaban con una cadencia mecánica. En su espalda cargaba una caja de metal reforzado: el corazón intacto del Deora II.

No sabía exactamente hacia dónde iba. Solo caminaba. Hasta que escuchó el sonido.

Un zumbido grave, casi imperceptible. Luego, el rugido suave y uniforme de motores estabilizados.

Tres vehículos emergieron del horizonte: líneas agresivas, diseños aerodinámicos, pintura mate. Sin ruido innecesario. Sin intención de llamar la atención. Autos construidos con propósito, no con ego.

Se detuvieron frente a él. Las puertas se abrieron con precisión quirúrgica. De los autos descendieron figuras humanas enfundadas en trajes tecnológicos: oscuros, minimalistas, repletos de sensores y conectores. Los **Silencerz**.

Uno de ellos habló con voz clara y sin rodeos:

—Jett. Te hemos estado observando. Queremos ofrecerte algo.

Jett alzó una ceja, fingiendo desinterés mientras cruzaba los brazos.

—¿Qué clase de oferta?

—Ser parte de algo más grande. Te daremos acceso a tecnología que aún no ha pisado el asfalto del resto del mundo. El **Elytium**. Un vehículo único. Pero sobre todo: dirección.

Jett guardó silencio. Miró a los autos. A los trajes. A sus rostros sin expresión. Parecían soldados. O ingenieros demasiado lejos de casa.

Él ya no tenía un taller. Ya no tenía un auto completo. Solo un motor. Solo recuerdos.

—Está bien —dijo, con tono contenido—. Acepto.

---

Las instalaciones de los **Silencerz** no eran mágicas. Eran realistas. Brutalmente funcionales. Todo estaba hecho para ser eficiente: hangares amplios, paneles de control, drones, luces frías, pasillos que olían a metal y electricidad.

Allí, en una sala de ensamblaje, le mostraron su nuevo vehículo: **Elytium**.

Color grafito con líneas de luz blanca. Perfil bajo, peso casi nulo. Tecnología de camuflaje, sistemas de energía reactiva, chasis reforzado con materiales experimentales. Un monstruo de precisión.

Jett lo miró como si estuviera viendo a un desconocido con la voz de un viejo amigo.

—Puedes hacer ajustes menores. Personalización limitada —le indicaron los técnicos.

Pero eso bastaba.

Esperó el momento. Se acercó al compartimento del motor, abrió con herramientas discretas, y sustituyó el núcleo tecnológico del Elytium con el motor original de su **Deora II**. Un trabajo limpio. Profesional. Nadie dijo nada.

Quizás lo vieron. Quizás no. Pero en su mente, Jett estaba cumpliendo una promesa.

El motor rugió. No era tan suave como antes. Tenía historia. Tenía identidad.

Elytium ya no era el auto de los Silencerz. Era **Deora II, disfrazado de infiltrado**.

Jett se subió, ajustó los controles, y sonrió al oír el viejo ritmo del corazón de su máquina.

—Bien, amigo… ahora sí estamos listos para ver qué traman estos tipos.
La **Ruta 35** se abría frente a Jett como una espina dorsal de concreto suspendido sobre la nada. Andaba a pie. Su chaqueta recogía el viento seco de los límites entre realidades, y sus pasos resonaban con una cadencia mecánica. En su espalda cargaba una caja de metal reforzado: el corazón intacto del Deora II. No sabía exactamente hacia dónde iba. Solo caminaba. Hasta que escuchó el sonido. Un zumbido grave, casi imperceptible. Luego, el rugido suave y uniforme de motores estabilizados. Tres vehículos emergieron del horizonte: líneas agresivas, diseños aerodinámicos, pintura mate. Sin ruido innecesario. Sin intención de llamar la atención. Autos construidos con propósito, no con ego. Se detuvieron frente a él. Las puertas se abrieron con precisión quirúrgica. De los autos descendieron figuras humanas enfundadas en trajes tecnológicos: oscuros, minimalistas, repletos de sensores y conectores. Los **Silencerz**. Uno de ellos habló con voz clara y sin rodeos: —Jett. Te hemos estado observando. Queremos ofrecerte algo. Jett alzó una ceja, fingiendo desinterés mientras cruzaba los brazos. —¿Qué clase de oferta? —Ser parte de algo más grande. Te daremos acceso a tecnología que aún no ha pisado el asfalto del resto del mundo. El **Elytium**. Un vehículo único. Pero sobre todo: dirección. Jett guardó silencio. Miró a los autos. A los trajes. A sus rostros sin expresión. Parecían soldados. O ingenieros demasiado lejos de casa. Él ya no tenía un taller. Ya no tenía un auto completo. Solo un motor. Solo recuerdos. —Está bien —dijo, con tono contenido—. Acepto. --- Las instalaciones de los **Silencerz** no eran mágicas. Eran realistas. Brutalmente funcionales. Todo estaba hecho para ser eficiente: hangares amplios, paneles de control, drones, luces frías, pasillos que olían a metal y electricidad. Allí, en una sala de ensamblaje, le mostraron su nuevo vehículo: **Elytium**. Color grafito con líneas de luz blanca. Perfil bajo, peso casi nulo. Tecnología de camuflaje, sistemas de energía reactiva, chasis reforzado con materiales experimentales. Un monstruo de precisión. Jett lo miró como si estuviera viendo a un desconocido con la voz de un viejo amigo. —Puedes hacer ajustes menores. Personalización limitada —le indicaron los técnicos. Pero eso bastaba. Esperó el momento. Se acercó al compartimento del motor, abrió con herramientas discretas, y sustituyó el núcleo tecnológico del Elytium con el motor original de su **Deora II**. Un trabajo limpio. Profesional. Nadie dijo nada. Quizás lo vieron. Quizás no. Pero en su mente, Jett estaba cumpliendo una promesa. El motor rugió. No era tan suave como antes. Tenía historia. Tenía identidad. Elytium ya no era el auto de los Silencerz. Era **Deora II, disfrazado de infiltrado**. Jett se subió, ajustó los controles, y sonrió al oír el viejo ritmo del corazón de su máquina. —Bien, amigo… ahora sí estamos listos para ver qué traman estos tipos.
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